DEL DIARIO DE UNA ZORRA (8)


¡DAME DURO!

25 de Noviembre

Mi hombre, el que me invitó a la fiesta en el chalé, ha desaparecido o no quiere saber de mi. No me llama ni responde a mis llamadas. Me parece raro. Pienso que quizás se mosqueó conmigo por algo que hice en la fiesta, pero si alguien puede estar molesto soy yo, ya que a él le vi con dos mujeres distintas durante la velada, y con las dos estuvo bastante entregado.

Sin embargo, el que me llama es su amigo, el hombre misterioso que nos hizo de anfitrión en el chalé. Este, por lo menos, cumple su palabra. Su voz suena melodiosa al teléfono, es un seductor nato. Tras contarme lo magnífica y bellísima que estuve en su casa, con elogios desmesurados, pasa a contarme lo mucho que ha pensado en mi y los planes en los que me ha incluído. Me ha incluído en sus planes sin ni tan siquiera preguntarme, y supongo que por ese motivo ya me adelanta el dinero con el que "me recompensará", según sus palabras. En este momento todavía no pienso en que me estoy convirtiendo en una puta, lo pensaré más tarde.

-Tengo unos amigos con los que comparto algunas aficiones y organizamos algunos eventos -me cuenta con esa voz grave y varonil, tan bien calculada- Algunos de mis amigos estaban en la fiesta del otro día, y esos te avalan por completo: tuviste una actitud perfecta, la actitud que nos gusta. Pero hay otros amigos (carraspea) que no estaban y quieren más garantías. Así que te pido que aceptes una prueba. Cuando la superes, y no dudo para nada de que la superarás, nos veremos en una de nuestras fiestas más especiales. Sobra decir que cada vez serás recompensada con el dinero que te mereces.

A continuación, mi nuevo admirador me da una cifra. Creo que es un error y le pido que me la repita. Pero no es un error. Es una cantidad de dinero de las que le nublan la cabeza a cualquiera.

-¿Qué me pides? -balbuceo yo, intentando disimular.

-Pasaremos una tarde juntos.

Dos días más tarde aparece su coche ante mi casa.


27 de noviembre

El chófer me deja ante un edificio muy regio del centro y me dice que debo subir al quinto piso. Parece un bloque de oficinas de alto nivel, de abogados o arquitectos pijos o algo así. En el quinto piso me recibe un tipo vestido de conserje, que me acompaña hasta una habitación y me deja allí.

-Prepárese -me dice antes de dejarme sola- Enseguida vendrán a buscarla.

Me siento en un tresillo blanco, el único mobiliario de la estancia. A mi lado hay un sobre. Lo abro. Ahí está el dinero prometido, no hay engaños con esta gente.

Me desnudo. Me quedo con mis medias y ligueros. Sin braguitas pero con un sujetador de encaje muy sexy. Creo que eso eso que se espera de mi. No tengo que esperar mucho: pocos minutos más tarde entra mi benefactor. Viste un traje elegante y exclusivo. Me pide que le siga. Andamos por un pasillo estrecho hasta que llegamos a una cámara especial. Hay una cama circular en el centro y unos metros tras ella una gran cortina de terciopelo negro. A un lado de la cama hay una butaca verde y al otro una de esas camas del amor, de cuero rojo.


Mi amigo se sienta en la butaca verde y me indica que me instale en la roja. Me tumbo en ella. 

-Me gustaría mucho follarte -susurra el hombre- Pero por desgracia ya no puedo. La energía de mi cuerpo ya no me acompaña. Aunque me acompañan mis fantasías y mis ojos, y ambos son cada vez más ávidos. Y por eso voy a mirar y mi placer estará en mis retinas. En otro tiempo tu hubieras sido mi amante más preciada. Y yo te habría pedido que me suplicaras: "Dame duro". Eso lo apreciaba mucho yo en mis amantes, su capacidad para excitarme con palabras como esas. Solo te pido que lo digas.

-Dame duro -le respondo yo.

-Dilo más alto -me exige él.

Y yo grito cada vez más alto ese "dame duro" varias veces. Hasta que de repente se abre la cortina roja del fondo y aparece un semental de grandes dimensiones. Es un mulato descomunal que debe medir dos metros y luce un pene enorme, ya tieso. El mulato lleva una coreografía estudiada: me voltea para penetrarme en varias posturas en muy poco tiempo, usando mi cuerpo como si fuese una muñeca para el placer, me practica una Nelson anal bastante dura, me regala una breve lamida en el culo, luego me penetra la boca, luego el ano de nuevo. Me siento cada vez más exhausta, el placer me estalla por todo el cuerpo.

En algunos momentos siento como mis piernas tiemblan sin que pueda controlarlas. Nunca había experimentado orgasmos tan intensos.

Cuando llevamos una hora más o menos, el mulato aprovecha el instante en que me agarra por detrás y se acerca a mi oreja para susurrarme: "Lo siento, cariño, me pagan para que te haga eso". Creo que me lo ha dicho con miedo de que alguien lo oiga, así que enseguida me aúlla: "¡Cómeme los huevos!". Yo me aplico en lamerle sus testículos depilados mientras él se agarra el pene y me golpea con él en la cara. Lo tiene durísimo. En este momento, y a pesar de lo atribulada que estoy, creo escuchar voces tras la cortina negra. Pero mi amante mulato justo ahora decide pasar a la última escena. Me pone a cuatro patas y luego empuja mi cabeza hasta clavármela en el sofá. Me doy cuenta de que ha hecho otra postura de las suyas: me está presionando la cabeza con el pie y enseguida me penetra durísimo. Me imagino que está decidido a correrse pronto por el ritmo endiablado que lleva. Pero aún con ese ritmo consigue aguantar mucho rato. Al fin me voltea y me suelta su esperma por pechos, cuello y cara. Su corrida es muy abundante. Sin duda lleva días guardándose para mi.

Es ahora cuando se oye claro el murmullo tras la cortina, que de repente se abre y entran siete hombres. Todos con traje negro. Llevan una copa de champán en la mano. Dos de ellos con máscara, uno con antifaz. Alguno aplaude, otro me toca. Algunos se están masturbando y otros están tan serios como si fueran a una conferencia de prensa. Uno de los serios es el hombre que me ha traído.

-Vete a la ducha, querida -me dice- Te felicito por tu entrega. Creo que todos queremos invitarte a nuestra próxima fiesta.



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