166. EL AMANTE CARADURA

Una noche conseguí realizar una fantasía: practicar un trío en público. Mi marido y yo quedamos con un amigo en un club liberal de la ciudad. Al amigo le excitó mucho mi propuesta, en gran parte porqué llevaba tiempo esperando el momento de penetrarme y porque compartía conmigo el exhibicionismo: ambos nos moríamos de ganas de hacerlo mientras la gente a nuestro alrededor nos observa. Un club nos pareció el lugar ideal.

Nos situamos en una zona céntrica del club y en una gran cama redonda. Para superar la timidez inicial me abalancé enseguida encima del pene de mi amigo y empecé a lamerlo, no me gustan los prolegómenos cuando no son necesarios. Sentí que mi marido, situado detrás de mi, empezaba a frotarme las nalgas con su miembro.

En algún momento, cambiando de postura, descubrí la mirada penetrante de un hombre un par de metros más allá. Su chica le estaba masturbando para atraer su atención y quizás por eso yo también perdí la concentración en lo que estaba haciendo: el hombre tenía un pene largo y muy grueso que sobresalía de las dos manos de ella. Luego yo volví a lo mío, y a los dos hombres que se estaban esforzando por darme placer. 

Cuando terminamos nuestro trío (o por lo menos el primer asalto), me ofrecí a ir a buscarles algo de bebida: se les veía cansados y sudorosos y se lo habían ganado. 

Me fui hacia la barra del club y mientras esperaba mis bebidas sentí unos golpecitos a la altura de los riñones. Me di la vuelta y vi al hombre que me había estado observando, que seguía erecto y llamándome con su prepucio hinchado.

-Muy interesante tu trío -me susurró- Me he fijado en que ninguno de tus dos acompañantes te ha hecho un anal, qué desperdicio y qué falta de buen gusto... ¿no te gusta?

-Claro que me gusta -le respondí sorprendida por su forma de ir tan directo al grano- Será que no ha surgido en este momento...

-¿Sabes qué? A mi me gusta tanto el anal que lo hago con todas las chicas con quien me acueste, si o si. No hay elección.

-¿Ninguna te dice que no? -le sonreí yo, mirándole su gran aparato.

-Es que... les propongo el trato antes de desnudarme.

-¡Eres un jetas! Ya sabes que esto no está bien -y ahora me reí abiertamente ante las desfachatez del hombre, que sin embargo, me pareció divertido y muy morboso.

-Y debo decirte otra cosa: mientras se lo hago siempre saco una foto de su cara, me gusta la expresión que ponéis cuando os entra mi polla por detrás. Las guardo todas bien guardadas, son mi colección.

-Pues a mi no me gustaría ser el trofeo de nadie, ya ves lo que te digo.

-Tu te lo pierdes, pero si cambias de idea... -el hombre agarró el bolígrafo del camarero que andaba por encima del mostrador, levantó mi pecho izquierdo y me escribió su número. Cuando soltó mi seno, el número quedó oculto de nuevo. Eso me hizo soltar una carcajada: ¡era un verdadero cabrón!

-También te lo apunto en la servilleta, quizás se te borrará de la teta con el sudor.

Nos volvimos cada uno con sus acompañantes. Al cabo de muy poco me di cuenta de que el jetas había puesto a su amiga en cuatro de cara a mi y que... a juzgar por la expresión de ella, la estaba penetrando por el ano. La chica sufría de lo lindo pero aguantaba el tirón como una campeona mientras él me guiñaba el ojo. Y no solo eso: también tuvo el descaro de lanzarle su móvil a mi marido mientras le gritaba:

-¡Compañero! Hazle una foto a la chica, primer plano de cabeza, por favor.

Mi marido, sin comprender nada, lo hizo.

Sin saber muy bien como ni porqué, un par de días más tarde le llamé. Había conservado la servilleta. El tipo era tanto o más convincente por teléfono, de modo que nos citamos.

-¿Y quién me hará la foto de mi cara cuando...? -le pregunté.

-Podrías invitar a tu marido, es bueno sacando fotos en estas situaciones, ya lo sabes...

Las cosas sucedieron tal como el hombre las había imaginado y así fue como, con la participación desinteresada de mi marido, terminé engrosando la colección de fotos de mi amante el jetas. Nunca mejor dicho.

 

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