1. AINOHA, LA ANFITRIONA
Me presento: ahora tengo algo más de cincuenta y estoy en otra situación de la vida, aunque la actual guarda relación con los episodios de mi pasado, que os iré contando. En este cuaderno os relataré una retrospectiva de mi inmersión y mis experiencias en el sexo liberal, en sus bondades y en sus paradojas, y me detendré en las anécdotas y las situaciones más interesantes que recuerdo.
Voy a empezar por uno de mis primeros recuerdos. El sexo liberal siempre me había llamado la atención, pero mis primeros novios no querían saber nada del asunto y mi primer marido mucho menos, así que me lo iba guardando para mi y mis fantasías. Mi primer marido era un hombre celoso y reservado y, aunque buen amante, jamás hubiese aceptado la idea de compartirme con otros.
Sin embargo, y por motivos que no guardan ninguna relación con esa cuestión, nos divorciamos cuando acababa de cumplir los cuarenta. Quizás otro día os contaré las causas de mi divorcio, pero no ahora: eso sería aburrido en este momento preliminar.
Fue entonces, recién divorciada, cuando conocí a Laura, que se encontraba en la misma situación que yo pero llevaba ya un cierto recorrido en las cosas del sexo y, por decir algo, acababa de regresar de unos días en el Cap d'Agde, la famosa instalación del sexo socialdemócrata en el sur de Francia.
Laura y yo queríamos sexo por encima de todo y nos prestábamos a cualquier experiencia. Ambas estábamos más que hartas de las citas decepcionantes con los hombres de las páginas de contactos y buscábamos algo más excitante. Así fue como entramos en contacto, casi por casualidad, con un grupo de tres chicas que llevaban un juego semanal muy morboso. Cada viernes por la noche se citaban en casa de una de ellas e invitaban a Seidou, un chico de Senegal que, según nos dijeron, disponía del pene más enorme jamás visto.
Laura y yo nos sumamos a su próxima cita, no hace falta decirlo. Solo tuvimos que comprometernos a ser abiertas de mente (y de piernas) y a poner 20 euros para los gastos: champán, picoteo, preservativos y lubricantes.
Aquel primer viernes llegamos a un piso en las afueras. Ainhoa, que era la anfitriona y llevaba el cotarro, nos pidió que nos pusiéramos sexys, ya que Seidou no tardaría en llegar. Todas nos quedamos medio desnudas y alguna, ya más veterana, empezaba a tocarse mientras nos contaba como era Seidou y las cosas que le había hecho.
Seidou llegó poco más tarde. Sonreía con una sonrisa amplia, nos besó a todas y nos palpó por todas partes mientras iba desnudando su cuerpazo de ébano. En efecto, era un verdadero mandingo. Incluso en reposo, su pene tenía la medida de un antebrazo. Lo digo con razón, porque todas se lo medimos mientras su pene iba creciendo y el jugaba con nuestras pieles cada vez más excitadas. Entre risas y comentarios jocosos, todas nos íbamos excitando y el salón entero empezó a oler a sexo. Vi que Ainoha se masturbaba discretamente.
Seidou era muy dominante. Nos exigió que nos pusiésemos de rodillas una al lado de la otra, como coches aparcados en batería. Nos fue introduciendo su pene enorme en la boca a cada una y nos anunció que la más virtuosa sería la escogida para la penetración, mientras las otras solo podrían mirar. Y prohibido tocarse, nos advirtió.
Ni Laura ni yo fuimos las afortunadas. Fue una tal Isabel, que se empleó a fondo en la succión. Seidou le ofreció un preservativo y le exigió que se lo pusiera con la boca, sin manos. Tuvimos que conformarnos con ver como la penetraba de un modo inaudito, generoso y enérgico, durante más de una hora hasta que por fin se corrió en su cuello. Entonces la obligó a levantarse para mostrarla ante nosotras, que contemplamos como el esperma del macho descendía por su cuerpo mientras él la sostenía por la nuca. Isabel tenía los ojos en blanco y le temblaban las piernas. Seidou señaló a otra mujer (creo que se llama Silvia) y le ordenó que limpiase el cuerpo de Isabel con la lengua. Ella obedeció sin rechistar mientras las demás, ahora sí, nos dábamos placer con los dedos entre nosotras.
Durante los siguientes días hice todo lo que se me ocurrió para mejorar mis destrezas orales: invité a amigos y amantes pero solo les ofrecí mi garganta. (En realidad, fue así como descubrí a mi siguiente pareja, que hasta entonces solo era un amigo de la juventud).
Llegó el viernes próximo y volvimos a casa de Ainhoa otra vez. Se repitió el juego y de nuevo fue Isabel quien se llevó el premio. Me dije a mi misma que eso debía cambiar, aunque era evidente que Seidou sentía debilidad por Isabel, algo que debía esforzarme por vencer. Un reto.
Viví otra semana de entrenamiento intensivo, cada día con un amante aunque a veces repitiendo. Y solo oral. Algunos se sorprendieron de mi interés por esa forma de sexo, sobretodo cuando me pedían el coño y yo les insistía en terminar en la boca y exclusivamente en ella.
Tres semanas más tarde logré mi objetivo.
Cuando Seidou metió su aparato enorme en mi boca hice todo lo que pude mientras le miraba fijamente a los ojos durante todo el tiempo. A juzgar por el brillo de sus ojos, comprendí que aquel viernes sería por fin el día de mi triunfo.
Y así fue.
Al terminar su ronda, me señaló y me ordenó que me tumbase boca abajo. Obedecí. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me arremetió por atrás, de un solo golpe y sin dudar. En algún instante pude ver las miradas de mis compañeras, jadeantes y muertas de deseo, que se masturbaban con más o menos discreción. Los primeros instantes fueron de dolor intenso, y luego vino un placer que jamás había sentido. Creo que me corrí más de cuatro veces hasta que Seidou, al fin, decidió satisfacerse en mi cogote. Aunque en realidad me pringó todo el pelo, orejas y mejillas.
Poco más tarde de eso empecé mi relación con uno de los chicos que me habían entrenado, aunque nunca le conté lo de Seidou para no perjudicar su autoestima. Con él, por fin, tuve una pareja afectiva con quien pude seguir con todo tipo de experiencias en el mundo del sexo liberal. Eso es lo que os iré contando en este cuaderno.
Bienvenidos y bienvenidas.

Comentarios
Publicar un comentario