10. SUSANA Y SU VECINO

Mi amiga Susana, a sus 45 muy bien llevados, jamás había experimentado el sexo con alguien que no fuese su marido. Se casaron a los 22, tras algunos años de noviazgo: Javier es el único hombre con quien se ha acostado. Hasta hace poco.

Tras un largo periodo de abstinencia sexual impuesta por su marido, quien al parecer perdió el interés, tuvo la oportunidad. Y la aprovechó.

Susana vive en un calle estrecha, de modo que des del balcón de su comedor se ve perfectamente lo que sucede tras los cristales de las fachadas de enfrente, apenas a cinco metros de distancia. Así fue como hace poco tiempo descubrió al vecino, un chico de unos 30, que cada sábado se llevaba a una chica, casi siempre distintas, de varias edades y tamaños. Susana no se perdía detalle alguno, ya que el chico acostumbraba a dejar las cortinas medio abiertas. Por el calor, se supone. Susana vio posturas y prácticas desconocidas para ella, y lo que más le llamaba la atención era observar el placer en el rostro de las afortunadas, que eran tomadas con un deseo feroz por parte del vecino. Una tarde, por fin, Susana se masturbó mientras veía al vecino penetrando a su pareja por el ano y ante la cristalera.

Pocos días más tarde, Susana se encontró con el vecino por la calle (quizás lo planificó) y, con una excusa tonta, consiguió entablar conversación. Hablaron sobre asunto banales de la calle y del vecindario, pero consiguió que se intercambiasen los números de teléfono. Por la noche le mandó un mensaje completamente estúpido, lo bastante tonto como para que él comprendiese que solo quería entablar contacto. Estuvieron así unos días, hasta que por fin él la invitó a tomar un café, una tarde de esas.

Ella se presentó a la cita con un vestido escueto y sin ropa interior. Para su sorpresa, el vecino solo le ofreció el café prometido, hablaron de cosas triviales y luego se despidieron como vecino más o menos amigos. Por la noche, ella le mandó otro mensaje, esta vez algo más explícito, agradeciéndole el buen rato pasado juntos y sugiriendo que se podría repetir. El vecino le respondió enseguida y le dijo algo así como “podemos repetir cuando quieras, pero no esperaba verte vestida al abrirte la puerta”. El chico juega fuerte.

En la siguiente cita, solo dos días después, Susana se presentó ante la puerta de su vecino preferido de igual guisa que la vez anterior, pero solo cruzar la puerta se deshizo del vestido floreado y se quedó desnuda por completo. Follaron en el sofá, y él estuvo cariñoso y sensible. En las siguientes ocasiones, el vecino fue mostrando su lado más salvaje. A la tercera, ya le azotó las nalgas y a la cuarta nalgas pechos. La ansiada penetración anal llegó a la quinta, tras haberle puesto un collarín de tachuelas y unos taconazos de purpurina nada más llegar.

Bastó poco más de una semana para que sucediera lo que Susana más deseaba, aunque ni ella misma lo supiera: el vecino la empujó contra la cristalera de la ventana, amarró su cara contra ella y la penetró por el ano con un ímpetu brutal, para que todo el vecindario que estuviese al tanto pudiese ver la expresión de placer en su rostro. Susana me cuenta que no había experimentado jamás un orgasmo anal hasta esa fecha.

Aquella misma tarde, cuando regresó a su piso, enfrente de donde la habían follado como nunca, Susana se encontró a su marido desnudo y muy excitado. La estuvo follando durante más de una hora. Ella nunca supo si Javier lo había visto todo.

Desde entonces, las tardes de Susana suelen ser así: a las 6 visita al vecino y a las 8 lecho matrimonial.

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