23. EL SALTO DE LA MONA

Robin es un chico mulato de algo más de 30 años que conocí en una fiesta de mujeres maduras de la que no voy a contar detalles. Doy las gracias por haber sido invitada, así que no voy a revelar sus secretos (no vaya a ser que dejen de invitarme).

Debo contra, también, que asistí a la fiesta con el pleno consentimiento de mi marido, que incluso me animó a acudir a ella a pesar de algunas dudas mías.

Mis amigas más maduras suelen organizar encuentros bastante especiales, en los que entre cinco y siete mujeres se ajetrean con un par de machos. No creáis que son mujeres viciosas de clase alta: son mujeres trabajadoras y muy normalitas. Una de ellas trabaja en la limpieza, otra es profesora y otras son dependientas de comercio, cajeras de supermercado, o amas de casa. Una de ellas ya es abuela, aunque una abuela de muy buen ver. Son mujeres normales, como las que os podéis encontrar cincuenta veces al día.

Sin embargo, una de ellas se quedó viuda y tiene un piso amplio en las afueras, con una gran terraza muy discreta en un barrio de bloques silenciosos. Ella es quien organiza las fiestas. Fue su difunto marido quién la introdujo en el ambiente liberal, y ella prosiguió en él tras enviudar.

A mi me han invitado en dos ocasiones. Supongo que me invitaron para suplir a otra mujer, pero eso me da igual. Aunque yo sea una suplente, lo doy todo cuando asisto. En la última estaban Robin y Alfredo. Robin de Costa Rica y Alfredo de República Dominicana. Ambos jóvenes, guapos y muy resistentes. 

Alfredo es bruto y cachondo, y muy divertido, y va de flor en flor entre risas y bailoteos. Robin es más serio, más dotado y más resolutivo. Robin sigue siempre el mismo protocolo cada vez que se empareja con una de nosotras: toqueteos y lametones en el clítoris, escupitajo morboso en el ano y luego esa postura tan complicada que es como de maestra del yoga, la que en algún lado llaman como "el salto de la mona". Todo eso lo resuelve en pocos minutos, y luego lo repite con otras. Robin jamás cambia su protocolo ni permite variaciones a sus parejas fugaces.

La mayoría quieren probar con Alfredo. Yo lo hice con Robin y no me defraudó nada.

Como os podéis suponer, le pedí su teléfono y le llevé un día a casa para que mi marido viese lo que sabe hacer. Una vez terminado el protocolo de Robin, Luis estaba tan contento que nos llevó a cenar a un japonés cerca de casa. Tras la cena, invitó a Robin a pasar la noche en casa para que repitiese su protocolo. Robin cumplió y mi marido se alegró dos veces en un solo día.




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