27. JORGE Y LAS CUERDAS
Habíamos hecho nuestros pinitos en casa, con mi marido, viendo vídeos tutoriales. Aunque eso me daba placer, solo aumentaba mi deseo de ser atada por un experto de veras.
Una noche, por casualidad, en el club al que fuimos, nos encontramos con una pareja que hacía una demostración de "Shibari", el arte japonés de las ataduras. Me excité mucho viendo como el hombre trataba a su compañera y enseguida sentí el deseo de estar en su lugar. Al terminar el espectáculo, como os podéis imaginar, contacté con ellos. Pude hablar con la mujer, Isabel, quien me contó que a veces necesitan mujeres para modelos de fotografía. Y como os podéis suponer, me ofrecí voluntaria y gustosa. Contacté con Jorge y su mujer, Isabel.
Algunos días más tarde me llamó él. Se llama Jorge, muy educado al teléfono. Cuando le confirmé que estaría encantada de posar para él cambió el tono y se puso más autoritario.
-Cómprate las cuerdas que te diré, Liz. Apunta.
Fui a la mercería y el dependiente enseguida comprendió lo que quería. Me guiñó el ojo.
Fue Isabel quien me abrió la puerta y me besó en los labios. Jorge apareció algo más tarde. Llevaba unos pantalones de cuero y una camiseta blanca. Jorge es lento y meticuloso, lo prepara todo con calma. Extiende las cuerdas, las enrolla y las dispone alrededor del cuerpo del cuerpo que se dispone a atar.
Me pidió que me desnudase en cuanto me sintiera preparada y la verdad es que empecé a desnudarme enseguida. Isabel, sentaba en una butaca con la cámara en la mano y medio desnuda, se sonrió con mi reacción inmediata.
Aunque mientras me iba atando con suma delicadeza pero con fuerza me hablaba, también me trataba como a un objeto, moviéndome con sus manos poderosas a su antojo. Eso me excitó de un modo que no me esperaba y empecé a gemir. Isabel se abrió un poco de piernas y, sin dejar de sacar fotos, empezó a frotarse el clítoris.
La operación de las ataduras duró algo más de una hora. Una vez atada y sin poder mover ni una sola parte de mi cuerpo, Isabel se levantó y me cubrió los ojos con una cinta fucsia de seda. Luego sentí como sus manos me acariciaban y pellizcó mis pezones para ponerlos todavía más duros. Escuché el chasquido de la cámara un montón de veces.
Y entonces, por fin, escuché un sonido inconfundible: Isabel le estaba haciendo una felación a Jorge. de vez en cuando se detenía y le pedía permiso para seguir, a lo que él le ordenaba hacerlo. Isabel le respondía "gracias" cada vez, y volvía a aplicarse. Mi deseo no dejaba de aumentar y estaba a punto de estallar. No tuve que esperar mucho.
-Ahora pídeselo tu, cariño -me susurró Isabel al oído.
Y lo pedí.
Sentí como la verga de Jorge entraba despacio en mi boca. Parecía no tener fin. Llegó a la garganta y entonces empezó a moverse. Tras un rato, Isabel volvió a susurrarme: ahora pídele que te folle el coño. Con esta frase comprendí que luego le tocaría el turno al ano, no hay que ser muy lista.
Cuando terminamos, ambos me acompañaron a la puerta. Jorge me entregó una bolsa con mis cuerdas. Comprendí que jamás repetía con sus modelos.
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