7. EL NEGRO DEL CLUB

Habíamos estado tres veces en el club, y a la cuarta fue la vencida.

Tras la timidez de la primera, empezamos a soltarnos en la segunda. Me metí en el jacuzzi al lado de un chico muy guapo, le agarré el pene sin pedirle permiso y poco más tarde me convertí en la atracción del momento cuando el chico me dedicó una penetración oral lenta y profunda, que me sorprendió en el final: el chico también me regaló su eyaculación en el cuello, cosa que no esperaba porqué pensé que se reservaría para una más joven y esvelta que yo. 

Por cosas como esa una termina encariñándose de un local. Mientras yo estaba en esa faena Luis, por lo visto, había participado en un trío espontáneo, con lo cual los dos regresamos más que contentos para casa cuando ya amanecía.

Sin embargo, en las dos ocasiones iniciales yo me había fijado en un chico negro, altísimo, guapísimo y dotado de un miembro tremendo que se paseaba por entre la gente y, de vez en cuando, se paraba ante una mujer para dedicarle un tiempo larguísimo, imposible de calcular. Pensé que se trataba de algún servicio del propio club y que debía de contratarse, o incluso que era un actor y allí había cámara oculta. El chico negro era un auténtico espectáculo de cuerpazo y de habilidad amatoria.

Así que, en la tercera visita, le pregunté a un camarero y este me sonrió: bueno, el chico va por su cuenta y elige a la que le gusta, me dijo sin dejar de mirar mis pechos. Esa noche, la tercera, probé a insinuarme ante el negro pero no me prestó la más mínima atención. Así que decidí concentrarme en sus movimientos por la sala para averiguar si había un código. Como podeis comprender, deseaba las atenciones del chico. No me fue fácil descubrir lo que le atraía, ya que esa tercera noche mi marido iba muy salido y me estuvo follando un buen rato enmedio de la pista de baile.

Aún así, pude averiguar la señal: se trataba de hacer el signo de los cuernos de forma visible cuando él estaba cerca. Lo pude comprobar en más de tres ocasiones: no cabía duda alguna.

Y en la cuarta noche, por fin y con la lección aprendida, levanté bien alto mi mano izquierda haciendo los cuernos y dejando brillar mi anillo de casada nada más llegar . El negro apareció enseguida. Me sonrió, agarró mi cabeza por la nuca y me metió su enorme polla en la boca sin mediar palabra. En este momento supe que iba a gozar de lo lindo. Mi marido, que estaba a mi lado aunque toqueteando los pechos de una mujer madurita y muy morbosa, se quedó pasmado viendo mi mano en alto y no comprendió lo que sucedía. El chico, tras una ración generosa de sexo oral (oral por mi parte), me dispuso a cuatro patas de cara a la pared y me empezó a penetrar como jamás me lo han hecho. Un auténtico empotrador: cuando les hablen de empotradores, piensen en Lucius, pues este es su nombre. 

Lucius se iba cambiando de mi vagina a mi ano sin previo aviso, dejándome cada vez más excitada: mis piernas empezaron a temblar sin poderlas controlar y diría que me corrí más de cuatro veces durante aquel rato. El tembleque era tan intenso que me desmoronaba de cara al colchón sin remedio alguno y me levantaba babeando completamente loca de placer. Me imaginé como podría terminar aquello, y fantaseé con una corrida monstruosa que me pringaría cara, pechos y pelo.

Pero no fue así. Tan raudo como había llegado, Lucius se levantó y se largó, para acudir a complacer a otra mujer que le estaba reclamando con el signo de los cuernos. Una vez abandonada por Lucius, tuve que pedirle al hombre que tenía más cerca que me diese su esperma en la cara, cosa que hizo tan generosamente como pudo. Pero no era lo mismo. Ya en casa, de madrugada, le pedí a mi marido que hiciese lo mismo y cumplió, pero tampoco era lo que había esperado con el negro.

A menudo le insisto a mi marido para que volvamos al club.





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