8. GRACIAS, MAMADOU



Os cuento algo que me ocurrió entre mi divorcio y mi segunda boda: hay veces en que me vienen recuerdos de aquellos tiempos.
Tras habernos perdido la pista después de muchos años, las antiguas alumnas del instituto femenino creamos un grupo de whatsapp. No tardamos mucho en crear un subgrupo: el de las amigas separadas. Todas nos contábamos nuestras vicisitudes con hombres y sin ellos, citas fracasadas y chascos sexuales de todo tipo. Muchas amigas contaban gatillazos, disgustos con impotentes y tipos rarunos.

Hasta que, de repente, Marga nos contó que había conocido a Mamadou, un chico de Gambia de unos 30 años que la hacía muy feliz los fines de semana en los que estaba sin sus dos hijos. Los detalles que contaba Marga eran muy estimulantes y me pusieron muy cachonda.

Tardé poco en preguntarle si le importaría que yo… que yo tuviese mi oportunidad de interactuar con Mamadou. Marga me hizo prometer que no se lo arrebataría bajo pena de muerte, y luego me mandó su contacto.

El chico de Gambia no tardó ni un minuto en responder a mi primer mensaje, en donde le contaba que era amiga de Marga. Las cosas de la bendita casualidad hicieron que los fines de semana libres de Marga y los míos no coincidiesen, así que Mamadou pasó con Marga los sábados impares y conmigo los pares. 

La primera cita con Mamadou la tuve en un local del centro, una terraza muy agradable y tranquila a pesar de su ubicación turística. Apareció un tipo alto, atractivo y simpático. Enseguida tuve claro que me acostaría con él, casi antes de que se sentase delante. Me ocupé en mostrarle mi escote y mis piernas durante la charla, mediante un vestido provocador comprado en Zara para la ocasión.

Media hora mnás tarde ya estábamos en mi piso, puesto que el chico es de pocas palabras y eso permite ir al grano. Sin embargo, una vez en casa Mamadou parecía algo distraído, así que me las ingenié para adoptar una postura en la butaca que le mostrase la ausencia de braguitas. Increíblemente, Mamadou no reaccionó. Pero me pidió un café, así que me fui para el Nespresso de la cocina. Cuando regresé Mamadou se estaba pajeando un pene de por lo menos 21 centímetros. Comprendí que solo era tímido pero, por fortuna, iba muy salido. Me pidió perdón en francés, pero antes de terminar su frase yo ya estaba de rodillas y tenía su miembro portentoso en la boca, saboreándolo. La taza de café se había ido a tomar por el culo, en un anticipo de lo que me esperaba a mi. Y lo sabía: esos tipos tienen una fijación por el sexo anal que me es de sobras conocida.

Así que me agaché para recoger los añicos de la taza y procuré dejar mis nalgas expuestas. A cuatro patas. El gran miembro de Mamadou me dio dos golpetazos a ciegas y al tercero acertó. Pegué un alarido sin pensar en los vecinos. Cuanda llevaba un rato dándome como un poseso me prometió que me iba a dejar preñada, a lo cual yo le repuse que cualquier cosa menos eso. Él accedió a no preñarme solo si le ofrecía mi cara, petición que tuve que aceptar. Me dejó la cara cruzada de esperma por todas partes, así que me hice un selfie de esa guisa y se la mandé a Marga, con un escueto pero sincero “gracias”. El sábado siguiente Marga hizo lo mismo conmigo, y su selfie llevaba por texto “De nada, cari”.

Estuvimos así unos cuantos sábados, hasta que un día, Marga me llamó con tono enfadado: “¿Estás con él? Este sábado me toca a mi”. Le dije la verdad: no sabía nada de Mamadou. Enseguida nos dimos cuenta de que había desaparecido de nuestras vidas.

Pasaron varias semanas, hasta que un día supimos que Mamadou seguía vivo y en muy buen estado. Nos mandó a Marga y a mi la misma foto: se trataba del selfie colgado en la cuenta de Instagram de una tal Irene, 32 añitos, rubita y monísima, con tres chorros de semen en la mejilla y un pene apoyado en su cabeza. Supimos que era el de Mamadou porqué jamás olvidaremos ese prepucio, ni el colgantito de su cuello.



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