32. FIESTA SWINGER EN CASA DE JUAN
Mi marido y yo siempre hemos practicado nuestra vida swinger en clubes o en encuentros con chicos solos, los corneadores que más nos han gustado. Muy pocas veces nos hemos apuntado a fiestas privadas. Quizás sea por eso que, una noche, mi marido y yo decidimos aceptar la invitación de un tal Juan, representante de una pareja sesentona y bien conservada cuyas fotos de sus eventos son espectaculares.
Tras aceptar la invitación y darle nuestro teléfono, Juan no tardó ni un minuto en llamarnos. Nos pilló desprevenidos pero nos excitó enseguida esa prisa. Hablamos unos minutos, y descubrimos que Juan es un hombre afable y educado, casi un intelectual aunque vaya muy salido. Nos contó que su pareja Paula y él tenían una fiesta en ciernes, en menos de dos semanas. Ahí estarán mis mejores amigos y amigas, cuatro parejas que llevamos mucho tiempo quedando, de toda confianza, gente que sabe estar.
Mi marido y yo nos lo pensamos unos segundos y les dijimos que sí, que íbamos a estar. El lugar de la cita está a menos de una hora en coche y nos apetecía saber como son esas fiestas de varias parejas, todas ellas de una cierta edad.
En el día señalado me vestí con ropa ligera y decidí prescindir de la interior, así que solo me puse un vestidito negro corto y muy escotado. Mi marido Luis se vistió de normal. Llegamos a casa de Juan y Paula quizás media hora tarde, ya que encontramos dos atascos en la autopista. La fiesta había empezado, aunque se les notaba ansiosos por nuestra ausencia.
Nada más entrar en el salón supe lo que me iba a suceder. Y sucedió.
Era más que evidente que todo el mundo estaba esperando nuestra llegada, aunque de modos distintos. En un gran sofá estaban cuatro mujeres sentadas. Tres de ellas completamente desnudas, y la cuarta con un corpiño negro muy apretado. Enfrente de ellas había un futton enorme. Los cuatro hombres estaban casi vestidos por completo, aunque todos ellos con el pene al aire y agarrado con una mano. Juan me presentó a Paula (una de las desnudas en el sofá) y a continuación me contó como se recibe ahí a las nuevas amistades:
-A tu marido y a ti os cubriremos los ojos durante el primer rato y luego, cuando os destapemos, deberéis adivinar con quién habéis interactuado. No pasa nada si hay error, no hay castigo ni premio...
Sabía de sobras que, una vez ciegos mi marido y yo, los cuatro irían a por mi, ya que la novedad es un valor que todo el mundo quiere catar. En nada me encontré sentada en el regazo de uno de los hombres, que empezó a lamer mi pecho. Otro me puso la mano en la entrepierna y empezó a masturbarme con urgencia. Lancé un gemido tras otro y en menos que canta un galló me encontré a cuatro patas encima del futton: uno me entró por la boca, otro por detrás y otros dos, uno a cada lado me sobaban, con delicadeza per sin perder ninguna parte de mi cuerpo. Supe (por intuición) que el anfitrión debe tener más derechos que los demás, así que imaginé que Juan era el que me estaba penetrando la vagina mientras resoplaba con furia.
En algún instante sentí un aplauso general y enseguida me di cuenta del motivo: un líquido caliente y pegajoso resbalaba por mi mejilla. Luego vino otro aplauso, más intenso: el tipo que me penetraba sacó su pene y se corrió en mis nalgas. Y así hasta cuatro aplausos.
Me di cuenta de que Luis faltaba en el recuento y eso me extrañó, pero las dudas se me pasaron en cuanto me quitaron la venda de los ojos. Paula, la mujer de Juan, llevaba un chorretón de esperma encima de sus pechos y una sonrisa de satisfacción que no llevaban sus compañeras. Era la corrida de mi marido la que mostraba Paula. Las cuentas no fallan.
Llegó el momento de adivinar quien había hecho qué cosa conmigo y cometí solo un error. De modo que, a pesar de lo que me había dicho Juan (no habrá castigos ni premios), sí tuve que pagar una prenda. Juan era el que me había penetrado la boca y por lo tanto tuve que compensar el error: tras esperar a que su segunda pastilla azul le hiciese efecto, me penetró el ano ante el resto del auditorio. Salvo Juan, ningún otro macho se corrió, aunque todos lo intentaron. Solo las mujeres repitieron.
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