38. EL SILLÓN TANTRA
Mi marido y yo nos habíamos fijado en algunas fotos en donde aparecía un extraño sillón de formas onduladas en donde se mostraban parejas haciendo el amor en posturas diferentes. Parecía muy sugerente. Al cabo de poco supimos que eso se llama "sofá tantra" y empezamos a buscarlo por las redes. Los precios que nos encontramos nos parecieron muy exagerados, así que tuvimos una alegría al ver que, en Wallapop, alguien se vendía un sofá tantra a un precio más que razonable y bastante cerca de casa.
Nos pusimos en contacto con él y quedamos una tarde para ir a verlo, y si había acuerdo, comprarlo.
Cuando llegamos a su casa nos encontramos a un maduro interesante, bien cuidado y de mirada intensa. Con pocas preguntas descubrió sin duda que se trataba de una pareja hotwife/cuckold lo que tenía enfrente y estoy segura de que eso le dió ideas de inmediato. Nos hizo pasar a su salón y nos sacó unas cervezas. Me di cuenta de que había clavado su mirada en mi escote y me hizo sentir desnuda de inmediato, y eso me puso bastante nerviosa. Entonces nos mostró su butaca tantra. Era de color fucsia y estaba bien conservada, aunque era obvio que le había dado uso.
Nos contó que se vendía la butaca por falta de uso, ya que su novia se había ido a Alemania y necesitaba ganar espacio para realquilar una habitación.
-¿Sabéis como funciona la butaca? -nos preguntó de repente, aunque yo ya sabía que solo me lo preguntaba a mi- Os puedo hacer una demostración.
Miré a Luis y vi que asentía con ilusión. Nuestro anfitrión empezó a desnudarse con naturalidad y sin pudor, hasta que se mostró en todo su esplendor aunque con los calzoncillos puestos: su pene, dentro de la tela, estaba erecto y se podía ver perfectamente que, aunque no muy largo, sí era muy grueso. Yo no me hice de rogar y me quedé en braguitas. Él me fue indicando las posturas que permite el sillón tantra i cada vez se comportaba con más descaro, sobándome por todas partes.
Hasta que por fin me arrancó las braguitas de un tirón y me penetró sin contemplaciones. Pegué un alarido y miré hacia atrás para ver qué hacía mi marido, pero me tranquilicé enseguida al verle también desnudo, sentado en una butaca verde enfrente de la mía y masturbándose con fruición, y sin perder detalle de lo que sucedía.
Terminó la sesión de demostraciones, acordamos el precio y le pagamos. Luego nos vestimos y todos tan panchos. Mi marido y yo habíamos conseguido el sillón a buen precio y encima yo me había llevado un polvazo inesperado. Al día siguiente iría el transportista a recoger el sillón tantra.
De vuelta a casa, Luis me preguntó qué tal la experiencia. "Genial", le dije yo.
Me callé lo que pensaba del sillón tantra: "ese sillón está pensado para el sexo anal". Creo que Luis no se había dado cuenta de que nuestro vendedor me había acometido el ano de buenas a primeras y sin pedir permiso.
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