39. EL BAUTIZO DE UN SWINGER

Claudia era swinger desde antes de los 30, cuando la inició su novio Pedro, con quien terminó casándose. Pero se divorciaron tras casi 20 años y Claudia se apuntó a un sitio de citas para encontrar nueva pareja. Fu allí donde conoció a Enrique. Congeniaron enseguida y se llevaron de maravilla des del primer momento: tenían gustos similares, y todo fluía muy bien. Enrique era un hombre educado, tranquilo y sensato. En la cama era afines y disfrutaban mucho. Solo había un problema: Enrique no sabía ni tan siquiera de la existencia del mundo swinger. Cuando Enrique le propuso formalizar la relación, Claudia tuvo que decidir qué hacer con ese punto, ya que no estaba dispuesta a llevar una doble vida.

Ella pensó que lo mejor sería contárselo sin tapujos, así que una noche, tras una cena, le explicó lo importante que era para ella compartir el mundo swinger con su futuro marido. Enrique titubeó un poco, pero estaba tan enamorado de ella que le respondió que no había problema. A Claudia esa respuesta tan rápida y segura la dejó perpleja. Y así se lo dijo. Pero él insistió con vehemencia, asegurándole que haría lo que fuese por verla feliz. Ella aceptó, pero le quedaban dudas.

Por eso mismo, Claudia pensó que lo mejor sería ponerle a prueba, y la prueba debía ser concluyente para que no dejase lugar a la más mínima duda. Nada de ver vídeos o webs de swingers. No se lo pensó mucho: llamó a tres amigos de su ex-marido y le invitó a una cena en casa, con unas instrucciones muy claras. Todos ellos aceptaron gustosos, como es de imaginar.

El día de evento Enrique comprendió enseguida lo que iba a suceder cuando vio a Claudia vestida con un corpiño y unos tacones preparando mesa para cinco, y disponiendo lubricantes y preservativos en la mesita del sofá. Llegaron los tres hombres y, antes de los postres, Claudia ya estaba masturbando a uno de ellos. Enrique observó sin pestañear, más bien complacido. Cuando el café, ella no solo seguía masturbando al amigo de su derecha si no que también le estaba haciendo una felación al de la izquierda. Enrique miraba, callado y respetuoso. Se marcharon los cuatro al sofá. Enrique contempló, des de su silla, la doble penetración de su mujer, como los cabalgaba uno por uno y como, arrodillada en medio del salón, le golpeaban la cara con los penes. Durante este rato, Enrique acarició a su novia y le preguntaba, atento, si disfrutaba o si necesitaba agua. Cuando se corrieron encima de su rostro, Enrique agarró una toalla y la limpió con cariño. Despidió educadamente a los tres amigos, la abrazó y la besó.

Claudia estaba tan feliz que no se lo podía creer. De modo que siguieron las citas y las visitas a los clubes preferidos de Claudia, hasta que ella decidió dar un pasito más y le contó algo que quería hacer. 

-Me gustaría quedar con un hombre sin que lo sepas, y mandarte fotos y audios mientras esté con él, por sorpresa, mientras estás en casa o trabajando, ¿eso te gustaría?

-Por supuesto, cariño, ya sabes que sí. Puedes hacerlo cuando quieras.

Tres días más tarde, mientras Enrique regresaba del trabajo, recibió fotos de Claudia, casi desnuda y haciendo el signo de los cuernos mientras un tipo la emprendía por el ano. Enrique tuvo que reprimirse una erección, ya que iba en el metro entre un montón de gente. Llegó a casa muy excitado. Aquella noche le dio a Claudia una ración de sexo jamás vista: entre la que había dado su amante y la del marido, Claudia quedó descoyuntada.

Al día siguiente, una vez recuperada, Claudia pensó que la conversión swinger de su marido había sido un éxito sin precedentes que ni tan solo ella esperaba. Estaba maravillada con lo bien que Enrique lo llevaba. Y aún no sabía lo mejor: aquella misma tarde recibió un mensaje de su marido. Le mandaba cuatro fotos, hechas en la terracita de un apartamento. Ahí estaba Enrique con una mujer rubia, el vestido negro levantado hasta la cintura, a cuatro patas y montada por Enrique. La última foto, un selfi hecho por la mujer, le mostraba la cara rezumando esperma.

El paso de Enrique al mundo swinger era un éxito rotundo, y Claudia tenía que felicitarse por su labor pedagógica.





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