44. MARIDO SOFT, AMANTE HARD
Silvia descubrió un día, en el historial de visitas del ordenador de su marido, que éste entraba casi a diario en una web de sexo duro. No podía ser más explícita: Hardcore Rough Sex. Se sorprendió de eso, ya que Carlos es un hombre tranquilo en la cama, más bien convencional y cariñoso, amante de las caricias y los besos.
Pero una vez en la página, Silvia no pudo dejar de mirar. Descubrió un montón de aparatos y complementos, posturas y formas de tener sexo que jamás había visto. La curiosidad hizo que al día siguiente volviese a la misma web y, de este modo, tanto ella como Carlos miraban lo mismo pero por separado. Pero la curiosidad de Silvia fue en aumento y llegó un día en el que se dio cuenta de que necesitaba probar. No tuvo que buscar mucho: en la web de contactos swingers había más de uno que, solo o en pareja, mostraba disponer de artilugios varios en su casa. Se puso en contacto con una de las parejas que mostraban correas, plugs, pinzas, collarines y varios tipos de instrumentos para azotar, amén de complementos de cuero y consoladores de variadas formas y colores. Aunque era una pareja la que se anunciaba, Silvia solo pudo contactar con Manu, el hombre de la casa.
Al poco de chatear con él Silvia vio claro que el tipo sabía de lo que hablaba: sin duda, no era la primera curiosa que se dirigía a él para experimentar, y eso la excitó. Sin comprenderlo, saber que ella sería una más entre muchas mujeres que habrán pasado por las manos de Manu, la puso muy caliente.
Él le aseguró que sabía lo que ella le pedía y no se preocupase. Haremos una primera clase, sin problemas, y cuando digas basta paramos. Quedaron una tarde en el piso de Manu. Aunque Manu es un hombre rudo, de grandes manazas y voz grave, era increíblemente dulce y educado en sus palabras. Eso le gustó a Silvia, cada vez más excitada y decidida a someterse.
Manu la acariciaba y le hablaba con mucho respeto. A la vez que la ataba y le anticipaba lo que le iba a suceder a continuación: ahora te daré unos azotes en las nalgas, luego en los pechos. O bien: luego te pondré el plug en el ano, es una cola de zorra. Durante casi una hora él estuvo jugando con ella.
En contraste con sus palabras dulces y sus modales exquisitos, Manu era rotundo en los azotes, los pellizcos y con la fuerza de sus brazos, que volteaban a la mujer y la disponían en posturas variadas encima de la cama.
Y aunque el hombre se iba desnudando poco a poco, no llegó a sacarse los calzoncillos, de cuero negro y rojo. Silvia se dio cuenta de la erección de Manu bajo los calzoncillos, y por eso se sorprendió cuando, de repente, él dio por terminada la sesión sin haberla penetrado por ninguna parte.
Le ordenó que se vistiera y la llevó al sofá. Le preparó una bebida y charlaron. Él educado como siempre, le preguntó detalladamente por como se había sentido ella en cada momento, sin tapujos y muy explícito. Le preguntó si había llegado al orgasmo y ella le respondió que estuvo al borde del orgasmo pero se quedó a un solo pasito de culminar. Eso le gustó al hombre.
Silvia, que tras la sesión se sentía sumisa ante el hombretón, le preguntó si la penetraría alguna vez, o si bien eso no entraba en los planes. Él se sonrió. Ya llegará, le dijo, todo en su momento.
Pero en la segunda sesión, dos semanas más tarde, Manu tampoco se deshizo de sus calzoncillos, aunque metió por la vagina de Silvia un enorme consolador vibrante y se lo dejó puesto, subiendo de vez en cuando la intensidad de las vibraciones. Le practicó ataduras nuevas, le puso pinzas en los labios de la vagina y un collarín de perro, desde cuya cadena la hizo andar a cuatro patas por todo el piso.
Esta vez, Silvia sí llegó al orgasmo pero de nuevo Manu no sacó el pene. A la hora de la charla final, ella insistió con la misma pregunta. Él se sonrió de nuevo y le dijo que la sumisa no decide cuando sucede eso pero que, ya que se lo pedía, en la siguiente le iba a permitir tener unos minutos el pene en la boca.
Silvia se marchó más excitada que cuando había llegado. Mientras andaba por la calle hacia la estación del metro se sintió casi mareada por el deseo y no podía pensar en nada más que en los días que faltaba para la sesión siguiente, quince días más tarde.
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