49. EL PLACER DEL CORNUDO (3)


Jorge y Nuria, que están en los cincuenta y pico, suelen ir a clubes de intercambio. Pero su actitud es bastante discreta. Acaban de empezar en el ambiente y se lo toman con calma y precaución. Posiblemente es Jorge el más precavido, ya que siempre pensé que Nuria es capaz de lanzarse a fondo. Les conocimos en uno de esos clubes, y allí fue donde yo le lancé la idea a Nuria de contactar con un machote para llevarlo a su casa, que es el complemento ideal a las visitas a los clubes.

Nuria le contó el asunto a Jorge, y fue él quien estuvo investigando. Hasta dar con Nico, un corneador reputado de Castellón que suele acercarse volando a Barcelona a la mínima invitación. Yo había tenido algún encuentro con Nico y sabía bien lo que le esperaba a Nuria.

Me llamó Nico para contarme su elección y lo nervioso que estaba, ya que faltaba solo un día para la cita. Nico iba a Barcelona en tren y llegará a las 7 de la tarde, me dijo Jorge... nos espera un día muy largo. No le conté a Jorge que entre las mujeres que habíamos estado con Nico le conocíamos por "El Castigador". Les desée un feliz sábado a Jorge y a su mujer y le pedí que me llamara al día siguiente para contarme su aventura.

El domingo por la tarde me llamó Jorge:

-Bueno, Maite, creo que ya he recuperado el aliento y te puedo contar... Intentaré contártelo por orden... Cuando Nico llegó se presentó ya casi desnudo, solo con un tanga escueto y una camiseta pegada a su musculatura. El resto de su ropa la llevaba en una mochila colgada a la espalda. La verdad es que lo primero que sentí fue envidia de ese cuerpazo de atleta, y de sus proporciones. Me refiero a que mide más de metro ochenta y, la verdad, impresiona. Ya sabes que Nuria es pequeñita. Tomamos algo en el salón y vi que Nuria, nada más empezar, ya le puso la mano en el muslo. Cuando volví a mirar, la mano de mi mujer ya descansaba encima de su tanga y le daba pellizcos, a lo que él respondió bajándole el tirante del vestido y dejando un pecho al aire. Yo sentí un pinchazo en el estómago y el principio de una erección. Una oleada de placer me recorrió la espalda, no me hubiese imaginado nunca que me pasaría eso, ya que creía que iba a tener que luchar contra mis celos, pero nada más lejos de eso.

Me encendí un pitillo para relajarme y descubrí que el pene de Nico ya había salido del interior del tanga. Vi un prepucio enorme y rosado, brillante, que la mano de Nuria acariciaba a veces y presionaba otras, como queriendo cerciorar que aquello era cierto.

Antes de que terminase mi cigarrillo, ellos dos ya estaban en la chaise longue del sofá, que Nico separó del resto del sofá con un movimiento rápido y seguro que me dio envidia otra vez. Lo que vino luego, la verdad, lo recuerdo desordenado. Solo te diré que las manazas de Nico hicieron lo que quisieron con Nuria: la puso del derecho y del revés, la volteó como si fuese una muñeca. La probó por todas partes. Cuando le metió el pene en la boca y se la penetró como si se tratase de su vagina me corrí por primera vez casi sin darme cuenta: de repente vi la mancha de mi corrida en la mano. Me dio rabia por haberme soltado tan pronto, pero resultó que en pocos minutos estaba de nuevo a tope, cuando Nico la emprendió por atrás. Y de nuevo sentí envidia: yo jamás había osado tratar así a Nuria y, sin embargo, ella gemía hasta chillar e incluso, entre jadeos, le pedía más a su amante.

La verdad, Maite, no recuerdo cuánto duró esa situación, pero te aseguro que fueron horas. Cuando ya era de noche, Nico de repente miró la hora y nos comunicó que ya había el último tren. Nuria le respondió una décima de segundo más tarde y sin consultarme: quédate a dormir, no hay problema. Quiero que sepas que esa decisión rápida de mi mujer me excitó un montón.

Dormimos los tres juntos. La cama es grande, pero para tres resultó que no sobraba nada. Nuria se tumbó en medio de los dos. Vi que lucía una sonrisa anchísima, como nunca.

No hace falta que te cuente que nadie durmió mucho esa noche. Cuando llevábamos un rato con la luz apagada, Nuria me susurró al oído: "Nico la tiene durísima". A lo que yo le respondí, sin pensar: "Cómesela, lo estáis deseando los dos". Nuria me obedeció a mi por primera vez en muchas horas. En la oscuridad, escuché los sonidos de la felación, los apuros de mi mujer y los resoplidos de Nico. Durante este rato, Nico le dio a Nuria unos cachetes solemnes y rítmicos en las nalgas para que ella no perdiese el compás. Y no lo perdió, te lo aseguro. Al fin, oí el aullido del hombre, que debió de despertar a más de un vecino. Encendí la luz: Nuria llevaba la cara rociada de esperma por todas partes y cuando pasó de camino al baño vi su culo enrojecido. Cuando regresó, una vez aseada, mi mujer miró mi pene y me dijo: jolines, Jorge, mira: te has corrido ya dos veces en un día. Así fue como descubrí que durante aquel rato lo había hecho de nuevo y sin tocarme, de tanta como era mi excitación.

A la mañana siguiente, Nuria le preguntó a Nico si quería algo para desyunar antes de salir para la estación, y él le pidió un té verde. Mi mujer se fue a la cocina. Y pocos segundos más tarde, Nico se levantó también. Pensé que iba a la ducha, pero de repente un sonido rítmico me reveló lo que sucedía en realidad. Fui a la cocina y, en efecto, allí estaban los dos. Ella apoyada ante la vitrocerámica esperando a que hirviese el agua para el té y él detrás suyo, penetrándole de nuevo y dándole azotes en las nalgas. Nuria me miró con una mueca de risa y de placer, me señaló el pene y me advirtió: te has corrido otra vez, Jorge, y no te has dado ni cuenta. Coge la fregona y límpialo.

Cuando Nico se había marchado me acerqué a mi mujer y le di un cachete en la nalga. Ella me miró sorprendida y me espetó: Jolines, Jorge, déjame reposar un poco que estoy toda escocida. Y por cierto: Nico me ha dicho que en quince días tiene que visitar a un cliente en Barcelona. ¿Qué le digo?



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