54. HUMILLAR AL CORNUDO

Se acercaba el aniversario de nuestra boda y la verdad es que me apetecía mucho humillar al cornudo de mi marido con una celebración especial, así que le propuse un fin de semana entero en una casa rural acompañados por un buen corneador. La humillación es un buen regalo de una hotwife para su maridito. En los años anteriores siempre lo habíamos celebrado en clubes y era el momento de darle un giro más osado.

Como era de esperar, mi marido Luis me respondió que no solo no tenía problema alguno, si no que le apetecía mucho vivir esa aventura, e incluso se emocionó pensando en todas las situaciones imprevistas que se podían presentar a lo largo de dos días y una noche. Creo que la noche anterior llegó a masturbarse en el baño mientras imaginaba las mil escenas que estaban a punto de suceder.

Así que alquilamos una casita en una urbanización cerca de la costa al mismo tiempo en que yo invitaba a mi amigo Saiku, que enseguida aceptó y se pidió dos días de permiso en su trabajo. Le contó a su novia que en el trabajo le habían ofrecido un extra en Gerona o algo así.

De modo que el sábado a las 10 de la mañana nos montamos en el coche. Mi marido al volante, Saiku y yo en el asiento de atrás. Solo sentarnos, ya vi por el rabillo del ojo que Saiku estaba muy animado y con ganas. Con un gesto rápido, mi corneador hizo despuntar su glande por encima del bermuda floreado que llevaba: estaba hinchadísimo.

-Jolines, vaya prisa llevabas, Maite - me amonestó mi marido al ver que ya en la autopista yo me había librado de mis braguitas y estaba sentada en el regazo de Saiku.

Cuando llegamos a la salida hacia el pueblo, yo ya llevaba dos recuerdos pegajosos de mi amante: uno en las nalgas y otro en mi mejilla. pero él, como es habitual en este hombre, continuaba dispuesto. Se presentaba un buen fin de semana, me dije.

Aunque Luiso iba medio mosqueado, creo que pensó que Saiku ya estaría demasiado agotado. Esa idea se le pasó cuando, tras el almuerzo, nos fuimos a pasear por el bosque y de nuevo mi amante me puso a cuatro patas en un rincón del camino. Me dio caña de la buena durante mucho rato, no sin antes advertirle a mi marido:

-Tu mira bien que no vengan curiosos. Y si vienen avisas con un silbido como este.

Y Saiku imitó el silbido al tiempo en que, de nuevo, de descargaba en mis nalgas y luego soltaba sus gruñidos encantadores. Mi marido todavía intentaba imitar el silbido cuando le dijimos que ya no hacía falta. Anduvimos un rato más por el campo y luego regresamos al apartamento. Mi marido me pidió que me metiese con él en la bañera. Saiku dijo que se echaba un rato para la siesta. Aunque me apetecía muchísimo la siesta al lado de mi amigo, decidí irme a la bañera y complacer un ratito a Luis.

Cuando mi marido hubo llenado la bañera y empezaba a meterme mano, se abrió la puerta del baño y apareció Saiku muy dispuesto. Por lo visto, había escuchado un gemido mío y se había desvelado por completo. Me arrodillé para darle placer. Aunque el placer fue para los tres, ya que él se satisfizo en mi boca mientras Luis y yo nos masturbábamos cada uno por su lado.

Por la noche nos tumbamos los tres en la cama. Saiku, muy respetuoso, esperó a que mi marido me diese el polvete regular de los sábados y luego me llevó al patio de atrás. Regresé a la cama de madrugada, pero regresé yo sola. Durante las horas con Saiku, en algún momento pasó una chica joven por la calle y se quedó fascinada viendo lo que hacía mi corneador, al que invitó a irse con ella. Saiku, ágil y ni corto ni perezoso, se deslizó hacia la calle saltando la verja y se largó con la chica.

-Bueno, ya nos han humillado a los dos, cariño -me dijo mi marido por la mañana. El año próximo invitaremos a dos amigos.

Y tenía razón.



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