59. EL CORNEADOR JOVEN

[La búsqueda del corneador, 2]

El chico dijo que se llamaba David (pronunció Deivid al teléfono) y que tenía 30 años, aunque yo creo que no llegaba a los 30 ni de broma. Así que, lo primero que le pregunté fue si era consciente de mi edad.

-Claro, siempre me han gustado las de tu edad, tenéis mucha experiencia y yo quiero aprender.

Debo admitir que esa respuesta me excitó. Todas sabemos que nuestros marido se dan la vuelta para mirar a las jóvenes que pasan por la calle, y que la juventud es un atractivo sexual irresistible. Pues eso: está bien que yo pueda hacer lo mismo, o que pueda sentir la mirada de ese joven en mi culo o en mi escote, y deducir los pensamientos que le vienen cuando me mira. Al fin y al cabo, es un clásico el interés de los jóvenes por las mujeres maduras.

En este caso, David estaba mirando las fotos que yo había colgado en la web swinger, y la conversación había empezado en el chat de la misma, por lo cual era normal que la cosa subiese de tono muy deprisa. Advertí a mi marido de lo que estaba sucediendo en el chat: "invítale", me dijo, "a ver qué tal con un chico joven, puede ser divertido". Entonces le llamé: efectivamente, escuché la voz de un tipo muy joven.

Le citamos para tres días más tarde, tras cuadrar las agendas. Y la verdad es que me pasé esos tres días imaginando como podría ser tener sexo con un tipo tan joven y, posiblemente, desbordante de energía y de deseo. No lo negaré: pasé los tres días excitada y a la vez orgullosa de haber despertado el interés explícito de David. Durante esos días me teñí el pelo (ya me tocaba), me hice depilar a fondo y me compré un vestido rojo muy ajustado.

El día de la cita amanecí caliente y me fui a comprar unas cervezas para poder agasajar a David. Pude una mesita ante el sofá con las bebidas y algo para picar y me probé varios zapatos y braguitas, aunque al final decidí presentarme sin ropa interior.

David llegó diez minutos antes de la hora concertada y estaba visiblemente a punto. Tan solo le dió un sorbo a la cerveza. Antes de que pudiese darme cuenta, ya me estaba toqueteando por todas partes. La presencia de mi marido, que empezaba a sacarnos fotos no le intimidó en absoluto y creo que apenas le vió. De pronto me vi a cuatro patas en el sofá y cuando iba a preguntarle si le apetecía la cama sentí su pene hinchadísimo entrando por mi vagina con un golpe seco.

Pegué un aullido y luego otro, ya que David no se andaba con monsergas y arremetía con todas sus fuerzas, que no son pocas. Al cabo de pocos minutos, y a consecuencia de sus empujones, David consiguió que la mitad de mi cuerpo se desparramase al suelo por encima del brazo del sofá. Me sostuve como pude, apoyada en el suelo y con el culo todavía arriba, aunque él no se inmutó y siguió con sus embites, indiferente por completo a mi posición comprometida. Cuando intenté pedirle ayuda a mi marido le vi tan encantado sacando fotos del evento que decidí prescindir de él.

-Mi novia no me deja hacer esto -me dijo el joven David, entusiasmado- Me dice que soy demasiado impulsivo...

Al fin me caí al suelo por completo a los pies de mi marido y él siguió allí, cada vez más dominante, y yo diría que incluso exacerbado por haberme derribado con sus golpes de cadera. Mi marido se masturbaba y sacaba fotos, completamente fascinado por la escena. Tal como me temí, no tardó mucho en penetrar mi ano sin pedir permiso mientras también contaba algo sobre los problemas de su novia en dejarse por el culo. No me quejé.

Como también era de esperar, David se sentó en mis pechos cuando sintió que llegaba el momento, se masturbó entre alaridos y me soltó su carga en la cara. Los zapatos de mi marido recibieron parte de su esperma aunque él ni se enteró.

Cuando David se hubo marchado (con prisas, ya que había quedado con su novia mojigata), le dije a mi marido que estaba encantada pero que prefiero a un amante más morboso que enérgico. Creo que no me escuchó, ya que en vez de responderme me agarró y me tumbó en el sofá para añadir su esperma al de David, que yo todavía no me había limpiado del rostro y del pelo. Comparada con la de David, que se me derramaba lentamente por cuello y pechos, la corrida de mi marido apenas había salpicado mi mejilla.

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