71. SENTARME EN LA CARA DE TU MARIDO

Mi amiga Luisa me llamó una tarde y me citó para tomar un café en el centro. Me sospeché enseguida que tenía una propuesta perversa y eso ya me llenó de excitación. Me presenté a la cita con un vestido liviano y, sobra decirlo, bien depiladita.

Sin embargo, lo que Luisa me contó iba por otro lado:

-Mira Maite, llevo tiempo deseando sentarme en la cara de un hombre, ya sabes. Mi marido lo consintió una vez pero en menos de treinta segundos me dijo que no estaba dispuesto a eso y me dejó a medias y con las ganas. Y la lo ves: no lo conseguí jamás. ¿A ti no te pone lo de sentarte en la cara de un hombre? Ninguna de mis hombres lo ha consentido y te pregunto a ti porqué...

Luisa lo sabía de sobras, ya que yo misma se lo conté tiempo atrás: mi marido Luis es dócil en el sexo y siempre que me apetece me ofrece su cara como asiento. Y eso es exactamente lo que ella me estaba pidiendo: la cara de mi marido para sentarse en ella.

-Luis tiene una nariz importante y eso me excita mucho, ya me entiendes...

-Me lo pensaré -le dije.

Me lo estuve pensando un rato, ya que se de sobras que Luisa y Luis se atraen y ya lo han demostrado en más de una ocasión, pero siempre ha sido en clubes o en fiestas con otra gente. No es que sea celosa, claro, pero tampoco me gusta arriesgar demasiado.

Así que, tras pensármelo, llamé a Luisa de nuevo un par de días más tarde y le conté:

-Mira Luisa, te propongo una idea: nos invitas a Luis y a mi a tu casita en la playa. Yo a última hora me invento una excusa para llegar más tarde. Tu tienes a Luis durante una hora para sentarte en su cara. ¿Te parece bien?

-Me parece genial -respondió ella enseguida. Y seguro que ya se estaba tocando mientras imaginaba la situación.

Llegó el día y cada una hizo lo que había comprometido.

Cuando llegué a la casa de Luisa en la playa me recibió Ramón, desnudo y erecto. Me pidió que pasara en silencio hasta el salón y desde allí contemplamos, por la rendija de la cortina, como Luisa se corría en toda la cara de mi marido. Mientras yo miraba, sentí el prepucio de Ramón comprimido contra mis nalgas y sus manos agarrando mi cadera. De modo que me levanté un poco el vestido y me dejé hacer. La tercera vez que Luisa se corrió gritando en la cara de mi marido, Ramón lo hizo en mis muslos pero en silencio.



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