91. EL AMANTE SONORO

-Todos los amantes que he tenido son hombres silenciosos, que hacen el amor callados y concentrados. Mi marido, sin ir más lejos, solo resopla un poco al final. Me gustaría saber como es un hombre de los que hablan y pegan gritos de placer...  ¡Eso debe excitar muchísimo!

Las palabras de Laura venían a cuento del nuevo amante que tenía su vecina de rellano, Sílvia. El chico pasaba algunas noches en el piso y entonces Laura escuchaba los alaridos del novio de Sílvia. Por lo que parecía, el hombre empezaba a gemir muy fuerte des de el primer momento, y seguía así durante casi dos horas de promedio: el aguante de ese chico también excitaba a Laura. Lo más habitual era que Laura terminase masturbándose al ritmo de los gritos que pasaban a través de la pared de la alcoba, intentando imaginar las posturas y las situaciones mientras se masajeaba el clítoris. Cuando sucedían esos encuentros en el piso contiguo, Laura esperaba ansiosa a la llegada de su marido Juanjo, y este se la encontraba medio desnuda, exigiéndole un rato de sexo. Pero siempre terminaba algo decepcionada con el silencio de Juanjo. Y a veces era peor: lo único que pronunciaba su marido no llegaba hasta el final, cuando él se levantaba de la cama para ir al aseo. Entonces decía: "Ha estado bien", y eso era todo.

Una tarde, por pura casualidad, Laura se encontró con el amante de Sílvia en el vestíbulo del edificio. Descubrió a un hombre más bien maduro, guapo y fornido: mucho mejor de lo que había imaginado. Mucho más excitante, ya que cuando se saludaron y él le dijo "Buenas noches", Laura reconoció la voz que tantas veces había escuchado y con la cual tantas veces se había masturbado.

Unos días más adelante, Laura y Sílvia coincidieron en el ascensor. Laura le dijo que había visto a su novio.

-No es mi novio -la corrigió Sílvia- Somos amigos con derecho a roce, yo no quiero saber nada de novios. Y él piensa como yo.

En cuanto tuvo esta información, Laura empezó a barruntar. De algún modo, pensó, Sílvia le acababa de dar permiso para tener roce con su amigo. Y la ocasión no tardó mucho en presentarse.

Dos semanas más tarde, alguien llamó a la puerta de Laura. Ella observó por la mirilla y vio al amante de Silvia. Sin pensárselo dos veces se desnudó y se quedó solo con sus braguitas. En el último segundo, aprisa y corriendo, se calzó unos zapatos de tacón para no presentarse en zapatillas y le abrió la puerta aparentando normalidad.

-Uy, perdón -soltó ella- Estaba esperando a un amigo...

-Solo quería pedirle si nos puede dar algún limón... Estoy cocinando con Silvia y nos hemos dado cuenta de que nos faltan...

Laura se fue a la cocina y regresó con dos limones. Cuando se los dio le acarició las manos suavemente pero con toda la intención, y el hombre comprendió enseguida, sin dejar de mirarle los pechos.

-Es usted muy amable. (Hizo una pausa larga, mirándola a los ojos). Y muy atractiva. Por cierto, perdone mi mala educación: me llamo Carlos.

-Yo soy Laura, para servirle -respondió ella enseguida y con una sonrisa.

Un par de horas más tarde empezaron los jadeos en el piso de al lado y Laura se masturbó otra vez, pero ahora con más conocimiento de causa y deseando que, más pronto que tarde, los gritos del amante sonoro iban a estar en este lado de la pared.

Tal como Laura intuyó, Carlos no tardó mucho en presentarse de nuevo. Esta vez no venía en busca de limones. Cuando Laura le abrió la puerta, se encontró a Carlos completamente desnudo y con su ropa enrollada en un fardo bajo el brazo.

-Creo que es así como se presentan las visitas en su casa, señora Laura.

Laura se fijó en que, mientras hablaba, el pene de Carlos estaba creciendo a ojos vista. Ella no tardó nada en tomar una decisión: agarró por el pene a Carlos y le llevó hacia adentro. Y sucedió lo que más deseaba: el solo contacto de su mano en los genitales del invitado provocaron un largo y sonoro gemido.

-Perdone mi descuido -le susurró Laura mientras se arrodillaba y empezaba a desvestirse- Enseguida estaré desnuda, como es tradición en esta casa.

En cuanto Laura depositó sus labios en el glande de Carlos, este lanzó un aullido de placer y luego la animó con mucha vehemencia a seguir así. A continuación le pidió posturas una tras otra, ansioso de poseerla de todas las formas que se le antojaban. Carlós tomó a Laura en el sofá, en la alfombra, encima de la lavadora en el patio del tragaluz, en el balcón y por fin en la cama, en donde le preguntó:

-Señora, ¿acepta usted un coito anal?

Laura soltó un largo "sí" tan alto y tan potente como los gritos que lanzaba su nuevo amante, al tiempo en que se agarraba las nalgas para abrirlas y ofrecerle el ano. Estaba desquiciada de placer, deseando gritar mucho más y seguir escuchando los tan ansiados gritos de Carlos. Los gritos que llegaron a continuación superaron las expectativas de Laura: durante la penetración anal, Carlos se superó sí mismo en la intensidad de sus alaridos. Cuando llegó al orgasmo, Carlos le pidió a Laura con la misma educación y buenos modales si le permitía eyacular en su cara, y ella le pidió que lo hiciera. Ambos chillaron de nuevo mientras eso sucedía.

Cuando terminaron, Laura miró la hora y se dio cuenta de que faltaba muy poco para la llegada de su marido, por lo que le pidió a Carlos una nueva cita tras exponerle sus horas libres de marido.

En cuanto Carlos se hubo marchado, Laura pensó por fin en Sílvia. ¿Estaría ella en su piso? ¿Les habría escuchado?¿Se habría masturbado Silvia con sus gritos tal como ella lo había hecho anteriormente?

Alguna de estas preguntas tuvieron respuesta: a partir de esta tarde, Silvia no le dirige la palabra a Laura cuando se cruzan en la escalera. Silvia recibe a un nuevo amante, más joven y silencioso. Laura se sigue viendo con Carlos. Juanjo, el marido de Laura, está aprendiendo a hablar y a expresarse más cuando hace el amor con su esposa.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

160. CITA SECRETA CON MI EMPOTRADOR

159. NO SIN MI MARIDO

3. UNA SORPRESA PARA MI MARIDO