94. DEL CIBERSEXO AL STRAP ON

No busco cibersexo cuando navego por las webs de contactos. Sin embargo, a veces sucede. Normalmente eso pasa cuando la conversación va bien pero el interlocutor está lejos o las circunstancias no favorecen otro contacto, aunque me he llevado varios chascos con este asunto. 

Así fue como empecé a charlar con Orlando, que vive a más de mil quilómetros de mi: nos conformamos con nuestras charlas. Enseguida nos encendíamos mutuamente y las palabras subían de temperatura en cuestión de un minuto. No se lo que hacía él, pero yo, cuando me ordenaba que me desnudase, lo hacía. Viví situaciones muy morbosas, con mi marido durmiendo y yo en el salón desnuda siguiendo las instrucciones de Orlando. Alguna vez temí que me pillase, ya que se me escapaba algún gemido incontrolado. La imaginación de Orlando es muy rica y una enseguida se siente dispuesta a todo. La noche más caliente fue una en la que me contó lo que haría conmigo si me llevase a un club de intercambios. Una, que es muy visual, enseguida se vio transportada a las situaciones que me proponía.

Al cabo de unas semanas, Orlando me anunció que estaría dos días en Barcelona por el trabajo y que quizás nos podríamos ver por la noche. Enseguida lo preparé todo para poder acudir. Contárselo a mi marido no fue difícil, ya que Luis es liberal de veras y solo me exigió recibir una foto a lo largo de la velada para saber algo. Se lo prometí, como otras veces.

Llegué al hotel a la hora prevista. Pidió una botella de vino blanco al servicio y nos sentamos en el sofá. Pensaba que no tardaríamos ni medio minuto en acostarnos pero me di cuenta de que él estaba muy tranquilo y relajado, y más interesado en catar el vino que en catarme a mi. Estuvimos hablando un buen rato de nuestras cosas, completamente vestidos y sin recibir indicios de nada.

Por fin, cuando el vino casi se terminaba, Orlando me pidió si podía masturbarle. Y se sacó un pene grandote, al que me llevó la mano. Se corrió enseguida. Y, una vez satisfecho, se despidió de mi educadamente. Me quedé atónita.

En cuánto salí del hotel llamé a mi amiga Alicia, que también estaba sola, con su marido en viaje de negocios. Me dijo que me fuese inmediatamente a su casa y yo la obedecí. -¡Tu hoy no te quedas con las ganas! -me espetó.

Y cuando llegué la encontré ya lista para la acción, con su correa strap on atada a la cintura y ese largo pene de silicona bailando para mi. 



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