110. LA ENTREGA DE MAITE
Mi esposa Maite llevaba tiempo andando tras una cita con Sergio, un corneador que la tenía encantada con sus fotos y sus chats en la web swinger. A veces me contaba lo que se habían dicho en el chat y otras se lo callaba, pero siempre regresaba muy excitada tras sus ratos en la web.
Maite tardó varias semanas en obtener día y hora: por lo visto, Sergio vive a unos 200 kilómetros de nuestra ciudad y siempre salían inconvenientes. Hasta que por fin pudieron concretar, en un hotel de las afueras.
En los días anteriores a la cita vi a Maite azorada e inquieta. Fue a comprarse lencería y le pidió hora a la peluquera.
Yo sabía, por otras ocasiones similares anteriores, que debería ayudar a Maite en las horas previas al encuentro con su corneador. No me sorprendió, por lo tanto, que me pidiese ayuda con la depilación de ingles y pubis (a Maite le gusta ir recién depiladita a sus citas). Sin embargo, me sorprendió cuando me dijo que la llevase en el coche hasta el hotel de Sergio y me dio una maleta para llevarla hasta ese lugar. Me fijé en que Maite iba vestida con ropa muy normal (zapatillas, tejanos y sudadera), algo inesperado en esos casos. Me quedé perplejo y no fui capaz de imaginar lo que me esperaba.
Cuando llegamos ante el hotel, Maite resolvió parte de mis intrigas:
-Tienes que subir conmigo, luego te cuento.
Y subimos en el ascensor hasta la tercera planta, yo cargando con la maleta de Maite y ella cada vez más excitada. Cuando llegamos enfrente de la puerta 36, Maite se despojó de su ropa y se quedó completamente desnuda mientras llamaba a la puerta con tres golpecitos.
-¿Me puedo ir? -pregunté yo, todavía ignorante.
-Tu te quedas -me respondió ella- Todavía te queda mucho trabajo.
Sergio abrió la puerta. Observó a Maite de arriba a abajo, me miró de soslayo a mi y luego palpó los pechos de mi esposa durante un buen rato, y luego también le tocó el pubis. Al final la besó en la boca y entonces dijo.
-Entra. Y tu también -fue como una orden, que mi mujer y yo obedecimos sin rechistar.
Sergio cerró la puerta una vez estuvimos dentro y entonces empecé a comprender:
-Vístela -me indicó.
Comprendí enseguida y abrí la maleta. Allí estaban las ropitas sexys y los complementos que debía ponerle a mi esposa para entregarla en condiciones a su corneador. Mientras yo iba arreglando a mi esposa, Sergio se desnudó por completo, se sentó en el sofá cuatro plazas y empezó a tocarse, de modo que pude ver su pene verdaderamente enorme. El último complemento que le puse a Maite fue el plugin anal, que le deposité en la palma de la mano, ofreciéndolo a Sergio.
Fue entonces cuando ella me dijo:
-Ya puedes irte. Gracias, cariño, eres un sol.
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