115. EL INSTALADOR DE FIBRA ÓPTICA

En las películas porno de los 80 no faltaba nunca la escena del repartidor de butano que se traginaba a la señora de la casa tras dejarle la botella de gas en la cocina. En vez de darle propina en dinero, ella le ofrecía la visión de un escote apabullante o bien de unas faldas muy cortas, o de una bata demasiado abierta, tras lo cual llegaba un polvo apresurado, perpetrado en la misma cocina -como si ese fuera el espacio natural de la mujer- y que terminaba con los alaridos del butanero mientras se descargaba en los pechos de la ama de casa. Tras la marcha del hombre, ella se apresuraba en borrar los rastros del encuentro furtivo, ya que el marido estaba a punto de llegar.

A mi estas escenas me divertían y me ponían cachonda, pero las veía muy de otra época, con todos esos elementos machistas y burdos de antaño en donde el papel de la mujer es siempre el de ama de casa aburrida.

Así que jamás me habría imaginado vivir lo que viví hace unos días...

Des de hace un par de años teletrabajo la mayor parte de los días laborables, mientras que mi marido sigue teniendo que ir al trabajo como siempre. 

El lunes tuve un problema con la línea de fibra óptica y tuve que llamar al servicio técnico. Se presentó Raúl, un chico estupendo y simpático, un mulato guapísimo y con un cuerpo genial. Me llamó mucho la atención por la ropa demasiado ajustada que llevaba y que le marcaba todas las partes: pectorales bien formados pero no de gimnasio, piernas robustas... y, efectivamente, un gran bulto en la entrepierna. Raúl estuvo un rato trasteando con el módem y al cabo me dijo que debería volver al día siguiente, ya que no quedaba otra solución que cambiar una parte de la instalación.

Yo enseguida vi la ocasión. Así que cuando llegó mi marido por la tarde, le dije:

-Cariño, hazlo como quieras pero mañana te tienes que quedar en casa. Te espera una buena diversión. Solo te digo que tengas la batería de tu cámara de fotos bien cargada.

Luis comprendió enseguida. Le vi cargando la cámara tras llamar a su jefe para darle un excusa.

Cuando al día siguiente llegó Raúl le pedí a Luis que le abriese la puerta. El chico entró y me encontró en el salón con la lencería oportuna para dejarle las ideas clara de buenas a primeras. Aunque en el primer instante puso cara de sorpresa, comprendió enseguida y lo demostró quitándose la camiseta para dejar su torso al desnudo. Me arrodillé delante de Raúl mientras le contaba:

-Ahora entrará mi marido pero tu y yo a lo nuestro, a él le encanta sacar fotos de su mujercita.

Raúl sonrió y se desabrochó los pantalones. Y en este momento yo ya le pedí a Luis que sacara la primera foto del evento. Y vaya evento: el pene de Raúl es majestuoso y rápido. En dos segundos estaba listo para la acción. Con el rabillo del ojo vi a Luis entusiasmado con la cámara disparando sin cesar.

A lo largo de la siguiente hora Luis pudo sacar un montón de fotos, a veces a petición mía, para conservar algunos instantes clave. Cuando estábamos cerca del final, descubrí que mi marido seguía sacando fotos con una sola mano, ya que con la otra tenía que masturbarse sin poder evitarlo.

Cuando Raúl terminó, a indicación mía y bajo la cámara de Luis, lo hizo en mi cara con unos chorros muy fotogénicos. El chico se marchó, y cuando yo iba hacia el baño me interceptó mi marido.

-No te laves todavía, cariño. Es que estoy a puntito y me pone...

De modo que Luis añadió su muestra de amor en mi cara, y luego sacó la última foto de la tarde.




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