123. LA GANG BANG POR ENTREGAS DE DEBORAH

Deborah y su marido Miguel llevaban unas semanas debatiendo si ir o no ir a un club liberal. La pareja llevaba un tiempo queriendo experimentar en el mundo swinger tras darse cuenta de que su vida sexual se empobrecía con la edad y la rutina de un matrimonio de más de 30 años. Ambos querían probar esta experiencia, pero ella era mucho más entusiasta que él.

Deborah había pensado algunas veces en ser la protagonista de una gang bang con cinco o seis hombres, aunque eso no se lo había contado nunca a su marido por temor a que no lo viese oportuno y se echase todo al traste. Deborah no se consideraba una admiradora de las gang bangs: solo deseaba haberlo experimentado una vez.

Al fin se decidieron a probar, con la excusa del cumpleaños de Deborah, y empezaron por un club de la parte alta de la ciudad, en donde pensaron que nadie les iba a conocer.

El ambiente del local les sorprendió: allí había parejas de todas las edades, así como hombres y mujeres solas, des de los 20 hasta los 60. Se tumbaron en un rincón de la enorme cama colectiva en la sala principal. Deborah llevaba un corsé muy elegante que resaltaba sus senos generosos y su cadera ancha. Se había depilado el pubis y muchos hombres la miraron mientras pasaba buscando su espacio, ya que Deborah es una mujer muy atractiva.

Deborah y Miguel empezaron a tocarse y enseguida se presentaron dos hombres a su lado, ambos con el pene enhiesto. Deborah, sin pensarlo, agarró uno de los penes y lo masturbó ante el asombro de Miguel, que se asombró mucho más al ver que su esposa, con un gesto explícito, le ofrecía la boca al otro admirador. 

Ante la situación inesperada, Miguel decidió marcar territorio y se afanó en masturbarse hasta eyacular en los pechos de su esposa. Los dos hombres se retiraron. Quizás comprendieron que el marido todavía no estaba preparado y respetaron esa condición.

Sin embargo, cuando Deborah y Miguel se quedaron solos de nuevo, él le pidió a su esposa que se fuese a la barra a comprar un par de gintonics. Ella se presentó en el mostrador con los pechos salpicados de esperma y enseguida se encontró con la mirada de uno de los clientes, hombre atractivo y maduro, que la invitó a un par de chupitos y a un encuentro rápido, al que ella accedió: el hombre le dejó su corrida en la mejilla a un metro escaso de la barra y bajo la mirada de los demás.

De esa guisa, Deborah regresó a la barra, se llevó los dos gintonics y tomó el camino hacia su marido. Pero no había recorrido ni cinco metros cuando se encontró con el jacuzzi, en donde una pareja muy joven estaba fornicando y el chico, al verla pasar, le indicó que se acercase con gesto convincente. Deborah se sentó en el jacuzzi y acto seguido el joven se levantó, sacó su pene del ano de su amiga y le regaló una corrida fenomenal en la frente. La novia del chico se lamentó de la decisión: "¡Yo esperaba tu leche en mi cara y no en la de esa señora que no conoces de nada!" le dijo, pero Deborah ya estaba de nuevo de camino hacia su marido.

Miquel recogió por fin el gintonic que le ofrecía su mujer, adornada por todas partes. Se tumbaron juntos y él la limpió.

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