124. ME REGALO

Cuando empezamos en el mundo de la cosa liberal y de los intercambios, mi marido y yo nos prometimos ser leales y no caer en celos ni sospechas: nuestra nueva aventura solo tenía sentido si nos aportaba diversión y nuevas experiencias positivas. Así llegamos a unos acuerdos:

1. Nos vamos a contar las cosas que nos pasan, que se nos ocurren o que nos dicen

2. Vamos a vivir las nuevas experiencias en pareja 

3. Si alguien quiere vivir una experiencia por su cuenta debe contárselo a la pareja y compartirlo

Y durante mucho tiempo todo fue tal como nos habíamos prometido... hasta que cambió. Una noche, mientras yo cotilleaba en la página swinger para descubrir futuros amigos, di con la galería de un perfil en el que se mostraban escenas de una gang bang. Se trataba de una mujer, más o menos de mi edad, con tres hombres. Y aunque los hombres aparecían con la cara emborronada para no ser reconocibles, yo reconocí a uno: ahí estaba mi marido. Cualquier mujer reconocería a su marido desnudo por más que se tapase la cara, ya que no solo eran los detalles del cuerpo, si no también el gesto al masturbarse.

A pesar de la evidencia, decidí darle una oportunidad y le pregunté si por casualidad se le había olvidado contarme lo de aquella fiesta. Y él me respondió que no había estado jamás en ninguna fiesta y se quedó tan tranquilo.

Yo no me enfadé ni le di más vueltas. Teniendo en cuenta que se acercaba mi cumpleaños decidí hacerme un regalo. Contacté con Pablo, un chico de la página al que llevaba un tiempo siguiendo, y que se montaba unas fiestas importantes: había organizado un equipo con dos amigos y actuaban juntos los tres para aquellas mujeres que desearan vivir esa aventura. Y, a juzgar por lo que se veía en las fotos, las mujeres quedaban encantadas.

El contacto con Pablo funcionó de maravilla: acordamos el día enseguida y los tres amigos se encargaban de alquilar la habitación y prepararlo todo: unas copas, preservativos, juguetes y complementos y todo lo que se pueda esperar de una fiesta liberal. 

-Tu solo debes traer tu persona, tu bello cuerpo y... tus ganas de disfrutar -me susurró Pablo.

-Todo eso lo tendréis sin duda.

Como os podéis imaginar, le devolvía la deslealtad a mi marido y no le conté nada.

Para más diversión, el día antes de la cita me llamó Pablo para proponerme un cambio sorpresa: 

-Resulta que justamente mañana viene a la ciudad un amiguete que también es del ambiente liberal y que estará encantado de participar en tu fiesta. Respondo por él como por los demás, ya sabes: buen rollo, agradable, educado, morboso... ¡con todas las garantías! Piénsatelo y ya me dirás.

-Está pensado, Pablo. Invítale.

El hotel al que me citaron era coquetón, discreto y cómodo: había un pequeño jacuzzi, dos sofás enormes y una cama redonda de grandes dimensiones. Encima de la mesita encontré gintonics preparados, botellitas de agua, una fuente rellena de preservativos de colores, un collarín, frutos secos, un antifaz rojo y todo lo necesario para pasar un buen rato y aguantar.

Los cuatro hombres ya estaban allí: todos desnudos y listos para la acción, y cada uno de ellos con un anillo en el pene, aunque a varios de ellos no les hacía falta alguna. Me excité tanto que no tardé ni un minuto en desnudarme y ponerme de rodillas en el centro.

Tuve la deferencia de inclinarme primero ante Pablo, en justo agradecimiento por su trabajo como organizador del evento. Mientras posaba mis labios en su glande hinchado y le acariciaba los testículos, me preguntó:

-Oye Maite, cariño, está el tema de las fotos... Nosotros solemos sacar fotos de nuestras fiestas pero debes darnos permiso y decirnos si permites que se te vea la cara...

-Podéis sacar fotos sin problemas, Pablo -respondí. Y luego mi boca ya no pudo seguir hablando.

Unos días más tarde descubrí que Pablo había colgado las fotos de mi fiesta en su página. Me encantaron todas y así pude ver situaciones que se me habían pasado por los motivos que se pueden imaginar.

Con toda la intención, dejé una de esas fotos en la pantalla del ordenador cuando mi marido llegó del trabajo, y le dije que podía ir poniendo la mesa mientras yo terminaba con la cena. Al cabo de unos minutos de silencio total, me asomé discretamente al salón y descubrí a mi marido masturbándose, muy excitado, contemplando las fotos.



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