127. EL JARDINERO DE CARLOS
A Carlos le conozco des de la adolescencia. Era un amigo de la familia que nos visitaba a veces. Yo no sabía gran cosa de Carlos, solo que era uno de los pocos amigos realmente ricos que tenían mis padres, un maduro atractivo y elegante algo más joven que ellos. Habíamos estado dos veranos en su casa de la costa, enorme y espectacular. En la primera ocasión yo era una jovencita, y en la segunda me llevé a mi primer noviete, Javi.
Recuerdo (con muchas lagunas) que una tarde de aquel segundo verano en la casa de Carlos me fui a dar una vuelta con Javi por el jardín enorme de la mansión, en donde incluso hay un laberinto de setos, y que de repente, en un calentón, nos pusimos a fornicar como dos animalitos. Cuando terminamos, ambos tuvimos la impresión de haber sido observados, pero no vimos ninguna prueba de ello, y la anécdota quedó ahí. Hasta ahora, claro, y tal como contaré a continuación.
Hace un par de meses, y casi por casualidad, coincidí con Carlos, que había ido a visitar a mis padres justo el mismo día en que yo también lo hice. Carlos ya está mayor, aunque sigue siendo un maduro atractivo que, con la edad, ha adquirido un aspecto que me despierta la líbido como nunca lo había hecho. Además, enseguida me di cuenta del modo con el que me observaba, deteniéndose sin pudor en mi escote, mi cuello, mis labios y mis caderas.
Carlos se las ingenió para estar a solas conmigo y entonces me invitó a pasar un día en su mansión de la costa, como cuando era joven. Y yo, recién divorciada y sin muchas manías, acepté enseguida.
Lo primero que vi en la mansión de Carlos fue el espectacular jardinero negro que me abrió la verja y me sonrió. Luego Carlos me llevó de paseo por toda la casa y, cuando llegamos al jardín, me señaló un rincón anodino:
-¿Te acuerdas? Fue aquí donde tu y tu amigo os pusisteis a follar. Y yo os miraba des de atrás del eucalipto del fondo. Eras una preciosidad... tan joven... aunque ya eras mayor de edad yo no me atreví a confesarte mi admiración, cosa que sí puedo hacer ahora.
-¿Te masturbaste?
-Por supuesto, fue inevitable. Tu amigo solo se bajó los pantalones, pero tu estabas desnuda por completo y estabas muy bella...
Me excité enseguida, recordando la escena y sabiendo, ahora del cierto, que Carlos nos estaba mirando. Sin poder remediarlo, le besé en la boca.
-Mis pechos no son lo que eran, pero todavía están...
Sin darme tiempo a reaccionar, sentí su manos: una entrando bajo la blusa y la otra acariciándome la entrepierna. Mi excitación creció mucho más. Deslicé mi mano en sus pantalones y fue en este instante cuando él me susurró:
-Yo ahora ya no puedo hacerte lo que me gustaría haberte hecho entonces, la edad no perdona, pero para eso está mi amigo Pekou, que es muy bueno. Mucho mejor que aquél noviete que tenías.
Pekou, el jardinero, apareció de la nada por detrás mío y me abrazó con la fuerza de sus brazos grandes y fornidos. Iba completamente desnudo y sentí su pene, duro y batiente, golpeando mi trasero.
Me arrodillé ante Pekou mientras me desnudaba despacio, sin dejar de mirar a Carlos, para ofrecerle este regalo. Mientras Pekou empezaba a penetrarme, apareció el guardés de la casa con unas bebidas para todos y, por supuesto, se quedó a contemplar la escena.
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