137. LOS VECINOS TÍMIDOS


En nuestra escalera hay cuatro puertas por rellano, y en uno de esos pisos viven Marilú y Álvaro, una pareja de cincuentones cuya vida parece más o menos aburrida. Mi marido Luis y yo tenemos una relación cordial con ellos, como vecinos que se saludan, intercambian algunas frases de educación y alguna vez nos hemos ayudado en pequeños lances de la vida de una escalera. 

Por eso mismo, la verdad es que me sorprendió mucho cuando una tarde, en el ascensor, Álvaro me cambió bruscamente el tema de la conversación (que debía de ser el calor de verano) para plantearme, sin rodeos:

-Oye, Maite. Me he fijado en que soléis recibir visitas en vuestro piso y yo...

-Tenemos amigos que vienen a visitarnos, como todo el mundo... -intenté yo.

-Si, pero yo ya se lo vuestro. Os he visto en una página de esas... de swingers. No te preocupes: soy muy discreto y no te reprocho nada. Solo te quería pedir ayuda para... para convencer a Marilú. Verás... a mi me encantaría que ella... 

-Bueno, lo entiendo. Pasa y tomamos un café.

Durante el rato siguiente le estuve sugiriendo a Álvaro como podía plantearle el asunto a su mujer, aunque ambos convenimos en que lo mejor sería tener una charla los cuatro, lo más desinhibida posible, y a ser posible en una cena con algo de alcohol para allanar el camino.

-Debes tener en cuenta que yo soy tímido, pero Marilú lo es mucho más que yo, no será fácil...

-Pues mira, te voy a dar una idea: a veces alquilamos una sauna privada, en un hotelito por horas cerca de aquí, y si te parece podemos ir allí los cuatro. Ya sabes: estaremos con los albornoces solo, de modo que es mucho más fácil pasar a otro nivel. Imagínate la situación.

Álvaro se puso cachondo enseguida y, como os podéis imaginar, terminamos fornicando en el mismo sofá en donde hablamos.

-Oye... -me preguntó mientras me arreaba- ¿Y qué pasa si ahora llega tu marido?

-Pues... que se pondrá a cien y se añadirá a nosotros, así que tu... sigue dándome.

El siguiente sábado nos citamos los cuatro en un restaurante muy discreto, y cerca del hotelito con sauna que había contratado. Marilú se presentó como una mujer realmente muy tímida, casi incapaz de hablar de sexo y que rehuía el tema nada más aparecer en la conversación. Pero aún así aceptó con gusto irnos los cuatro a la sauna.

-Me gustan las saunas -dijo por fin.

Una vez allí cada nos desnudamos los cuatro, nos pusimos los albornoces y nos sentamos en el hamam. No fue difícil dar el paso siguiente: tal como yo había pactado con Álvaro, mi marido y yo empezamos a follar ante ellos, como la cosa más natural del mundo. Por el rabillo del ojo vi que Marilú, por más tímida que fuese, se estaba excitando de lo lindo y que se estaba tocando mientras no apartaba la mirada del pene de mi marido, entrando y saliendo de mi coño. Lo que vi claro es que Marilú deseaba ese pene en su cuerpo y cuánto antes mejor. De modo que, arriesgándolo todo a una carta (pero convencida de que saldría bien) dije:

-Anda, Álvaro, ponte detrás mío y déjale a Luis el coñete de tu esposa, que lo está deseando.

El resultado de mi frase nos sorprendió a todos y a mi la primera: Marilú se despojó del albornoz, puso el culo en pompa y empezó a darse cachetes en su clítoris al tiempo que chillaba:

-¡Dame! ¡Dame!

Luis no tardó ni dos segundos en complacer a Marilú. Sé lo que le gustan los culazos a mi marido, y el de Marilú es de campeonato. Y, la verdad sea dicha, Álvaro tampoco tardó nada en ponerse detrás mío para arremeter con muchas ganas, muchas más que el día en el que nos enrollamos en mi sofá.

Marilú tardó poco en darnos una segunda sorpresa: la mujer tímida que parecía lanzó unos alaridos tremendos en cuánto sintió como mi marido la penetraba. Y esta vez fuimos su marido y yo los más sorprendidos por los chillidos de Marilú. A todos nos quedó claro que ella estaba muy lista para el mundo swinger.  

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