146. LOS PRIVILEGIOS DEL INVITADO

Mi marido y yo decidimos invitar a un corneador a casa. Lo habíamos hablado varias veces, al principio solo como una fantasía. Pero poco a poco la idea fue tomando más envergadura y se convirtió en el tema de cada noche. Mi marido se excitaba muchísimo imaginando las situaciones que se podían dar y al fin fue el mismo quien decidió contactar con "un buen empotrador" según sus propias palabras. 

Una noche me vino con el ordenador portátil al sofá y me mostró las fotos de tres hombres.

-Esos son mis candidatos, pero tu debes escoger al ganador. Una de esas pollas será para ti.

Mientras me contaba eso se estaba tocando sin poder evitarlo. Miré las fotos y descubrí que mi marido tenía buen gusto para la preselección. Vi a tres hombres fornidos, atractivos y muy bien dotados, los tres con el pene erecto. Me costó un poco elegir, pero me incliné por Javi, casi al azar.

Quedamos para justo una semana más tarde, ya que antes era imposible por nuestras agendas. Pero ya en el primer día de la cuenta atrás mi marido, excitadísimo, me llevó a una tienda de lencería para escoger la ropa que llevaría. Me quedé unas medias con ligueros y un collar de cuero. Cuando llegamos a casa mi marido quiso que me lo probase, y como os podéis imaginar, terminamos el pase de modelo con un polvete. En los días siguientes, mi marido andaba nervioso y alterado. Quiso prepararlo todo con antelación: se fue a comprar bebidas e incluso compró copas de cristal, me obligó a ir a la peluquería y luego ordenó el salón como nunca:

-Me pone más si Javi te toma en el sofá, mejor que en la cama.

Sin embargo, y tras todo ese frenesí de mi marido, cuando ya solo faltaban dos días para la cita, de repente se puso serio y empezó a tener dudas: ¿y si Javi no es una buena persona? ¿y si te sientes incómoda?

-Si Javi no es buena persona vamos a verlo los dos, no te preocupes. Y si me siento incómoda lo diré sin problemas, no debes preocuparte.

Vi enseguida que mi marido se estaba rajando, aunque no llegó a decirlo. Yo, que también me sentía excitada por esa nueva experiencia, estaba resuelta a llegar hasta el final y no iba a consentir que mi marido me fastidiase el sábado.

Cuando llegó la fecha y la hora de la cita vi que mi marido aparecía desnudo. Se había tomado un sildenafilo para asegurar su erección. Cuando Javi llamó, fue mi marido quien acudió a recibirlo. "Uy, yo ya me la estaba follando", oí que le soltaba en la puerta. Tras invitarle a un gintonic, me agarró y sin mediar palabra empezó a penetrarme en el sofá. No me soltó durante las dos horas del encuentro, y durante todo el rato estuvo haciendo bromas más bien raras y tontas, y boicoteando sin manías cada intento de Javi por follarme más de un minuto seguido.

Cuando nuestro invitado se marchó me puse muy seria. Vi que Javi se marchaba algo decepcionado, y eso me dolió mucho.

-¿Has disfrutado con el encuentro y quieres repetir? -le pregunté.

-Pues claro -me respondió él.

-Entonces tráeme de nuevo esas fotos.

Para la siguiente cita escogí a Daniel, pero tras comunicarle la elección a mi marido le expliqué que habría nuevas condiciones.

-En primer lugar: tu llevarás al invitado hasta el sofá, en donde yo le esperaré. El invitado tendrá el privilegio de empezar, y podrá escoger lo que quiere hacer conmigo, de modo que tu te quedarás en segundo plano. Tu principal misión será sacar fotos. Solo intervendrás cuando él o yo te lo pidamos, y te preocuparás de que todo vaya bien: rellenarás copas, traerás toallas si hacen falta, tendrás los preservativos a mano por si el invitado necesita más. En resumen: te preocuparás de que el invitado esté cómodo y bien atendido.

-Lo entiendo -refunfuñó mi marido al cabo de unos segundos- Y... ¿y si eso no me gusta?

-Si eso no te gusta yo quedaré con el chico en su casa o en un hotel mientras tu estás en casa viendo series de Netflix.




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