147. MI CITA RARITA

Supongo que a todo el mundo le ha sucedido: de cita en cita, una termina por dar con gente rarita o rarota. Aunque no son mala gente, una se siente algo perpleja tras esos encuentros. No hablo de los aficionados al dolor y a esas cosas que no me van nada, y además os lo dice una que tiene pocas manías, y que se ha prestado con ganas a varias aventuras que podrían resultar sorprendentes para otras personas.

El asunto es que quedé con Fer (no se si Fernando o Fermín) tras mucha insistencia suya: mandaba mensajes a diario. Siempre educado y morboso, Fer es un hombre al que conocí a través de la web swinger, en donde se le ve atractivo, guapo y muy activo. Su cuerpo da ganas de tenerlo amarrado entre las piernas y su pene es grandote, con un prepucio ancho y rosado, muy goloso.

Fer me estuvo insitiendo, como he dicho, durante muchos días. Como siempre era respetuoso, terminé por aceptar una cita con él al margen de mi marido. Y también me ayudó a convencerme el lugar que proponía: se trataba de un meublé del centro de la ciudad del que solo tenía referencias y había visto fotos, y me parecía muy sugerente. Un lugar moderno y espacioso, elegante y erótico, con cama redonda y sábanas de satén, iluminación cálida, jacuzzi y espejos por todas partes. Fer lo había contratado para tres horas y me parecía indecente rechazarlo, ya que le habría costado un buen dineral.

El día de la cita me presenté con vestido corto y liviano, y sin ropa interior. Las braguitas y el sujetador viajaron en mi bolso, para llevarlas a la vuelta y poder llegar a casa ante mi marido como una mujer decente. Fer me recibió ya desnudo en la habitación, muy coquetona. Llevaba en la mano dos copas de champán helado. Mientras echaba el trago vi que Fer estaba muy empalmado, y pude certificar que sus fotos eran fieles a lo que hay: su pene es fabuloso.

Las cosas empezaron a ponerse raritas cuando me di cuenta de que Fer demoraba el momento de empezar. Yo no veía el momento de abalanzarme sobre su pene, pero él lo evitaba. Primero hablando de cualquier cosa y luego, por fin, cuando me mostró los aparatos que había traído y que estaban ocultos bajo la cama: tres dildos enormes (uno rosa, uno negro y uno blanco), un osito de peluche provisto de pene, un látigo de tiras de cuero, una fusta de tres picos, dos plugs anales con cristal tallado azul y rojo y, finalmente, la botella de champán de la que habíamos bebido. Comprendí lo que me pedía y, a esas alturas, ya no era momento de ponerse estupenda, así que me fui probando todos sus artilugios, uno por uno. Lo hice con la convicción de que Fer terminaría por abalanzarse sobre mi en cualquier momento y que esa polla que él se masajeaba no tardaría mucho en alojarse dentro de mi.

Fer observaba muy atento todos mis movimientos y a veces me pedía cosas concretas: "con el plug anal metido, mastúrbate con el dildo rosa" y cosas por el estilo. Mientras yo obedecía, el daba vueltas a mi alrededor para no perder detalle, cada vez más excitado.

Cuando Fer estaba a punto de explotar se puso de pie tras de mi (yo estaba sentada en la cama con un dildo negro entre las piernas) y entonces sentí, por fin, su pene golpeándome en el cogote y la mejilla, y luego en el hombro. Me agarró la cabeza y me la volteó para que le lamiera de lado, mientras él empezaba a moverse a toda prisa. No tardó mucho en correrse: su esperma salió volando por encima de mi hombro, y salió a muchísima presión. Aunque algunas gotas cayeron en mis pechos y mis muslos, la mayor parte de su fluido dibujó unas enormes líneas rectas encima de las sábanas. La verdad es que me maravillé de su abundancia, que nunca había visto.

Después de correrse, Fer sacó una cinta métrica de algún lado y midió con esmero el alcance de su salpicadura. "¡Hostias, metro y cincuenta y tres!" se exclamó. Podrías ser la ganadora, cariño, creo que nadie lo había logrado has ahora".

Después de eso estuvimos charlando y bebiendo como si tal cosa. Fer fue de nuevo un chico amable y educado además de muy culto, y me habló de arte y literatura. En algún instante me acarició un pecho y eso fue todo.

Llegué a mi casa algo contrariada, pero por fortuna encontré a mi marido con ganas de sexo y pude desquitarme un poco, lo justo.

  


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