127. EL JARDINERO DE CARLOS
A Carlos le conozco des de la adolescencia. Era un amigo de la familia que nos visitaba a veces. Yo no sabía gran cosa de Carlos, solo que era uno de los pocos amigos realmente ricos que tenían mis padres, un maduro atractivo y elegante algo más joven que ellos. Habíamos estado dos veranos en su casa de la costa, enorme y espectacular. En la primera ocasión yo era una jovencita, y en la segunda me llevé a mi primer noviete, Javi. Recuerdo (con muchas lagunas) que una tarde de aquel segundo verano en la casa de Carlos me fui a dar una vuelta con Javi por el jardín enorme de la mansión, en donde incluso hay un laberinto de setos, y que de repente, en un calentón, nos pusimos a fornicar como dos animalitos. Cuando terminamos, ambos tuvimos la impresión de haber sido observados, pero no vimos ninguna prueba de ello, y la anécdota quedó ahí. Hasta ahora, claro, y tal como contaré a continuación. Hace un par de meses, y casi por casualidad, coincidí con Carlos, que había ido a visitar a mis